La penúltima, porque no será la última del ministro que para muchos era la gran esperanza blanca de la derecha, el líder moderado que podría atraer al votante de centro y aún al de centro izquierda, pero que está resultando ser un dirigente capaz de hacerle perder al PP esos mismos apoyos ahora que los ha conseguido y, si se lo propone, también unos cuantos de los suyos, sobre todo de las suyas. En una semana que se inició con la sorpresa de Andalucía, ¿por qué se insiste en que las encuestas pueden acertar los resultados al milímetro? y el sinsentido asturiano, a Cascos deberían condenarle a pagar las costas de las elecciones, y que termina con el recorte más duro de la democracia después de una huelga general inútil y unas manifestaciones de cabreo importantes y justificadísimas, la sentencia de Gallardón debe ser recordada porque lejos de ser una ocurrencia es toda una confesión del profundo reaccionarismo que habita en importantes sectores de la derecha.

Por tomar a broma la confesión, la diputada socialista interpelante pudo preguntarle a Gallardón cómo califica, y clasifica, porque eso es lo que hay en el fondo, una clasificación de las mujeres, a las madres de familia numerosa o numerosísima, a las que no quieren tener hijos, a las que no pueden o, en fin, a las que visten hábitos. También lo que piensa Gallardón de los hombres según contribuyan o no a la autenticidad de las mujeres. Pero Gallardón iba en serio, como buena parte de la derecha reaccionaria que, bajo el influjo secular y poderoso de las enseñanzas más casposas de la Iglesia, de las religiones del libro porque en esto se igualan, sigue sin aceptar a la mujer como pleno sujeto de derechos, de su libertad en primer lugar y en toda su extensión. Gracias en buena medida a una televisión aberrante padecemos aún un machismo brutal que hace estragos en nuestra sociedad con la máxima intensidad entre los jóvenes, como revelaba un Informe de la Federación de Mujeres Progresistas de noviembre de 2011. Se trata de un machismo grosero en formas y contenido con el que la expresión del ministro nada tiene que ver, pero en estas cuestiones toda atención es poca y él se ha metido en un jardín. Primero, porque lo de la autenticidad o inautenticidad de las personas tiene un tufillo a sacristía que aburre; segundo, porque vincular mujer y maternidad como él lo hace supone un escaso aprecio por la libertad de la mujer que es el rasgo esencial del ser humano, su derecho fundamental para hacer de él el uso que mejor le parezca, lógicamente. Para garantizar la libertad de tener hijos muchas mujeres le piden a Gallardón y al gobierno entero, que promuevan políticas de conciliación familiar efectivas, que aumenten el número de guarderías económicamente accesibles, que aumenten a un año el permiso de maternidad y lactancia, que faciliten la reintegración profesional. Y para garantizar la libertad de las que no quieren tenerlos le piden a él precisamente que mantenga en lo esencial la legislación vigente al respecto.