La cosa empieza mal. El presidente del Gobierno de España y el principal líder de la oposición coincidieron este fin de semana en dar in situ el pistoletazo de salida a la precampaña de las elecciones gallegas del 21 de octubre. Mariano Rajoy abre una vez más el curso político para el Partido Popular desde Soutomaior y Pérez Rubalcaba bendice con su presencia en Compostela la proclamación formal de Pachi Vázquez como candidato del PSOE a la presidencia de la Xunta. Con ello, Galicia copa durante unas horas la crónica política en prensa, radio y televisión, aunque sea con mensajes en clave nacional y con simples referencias de soslayo a lo que se juega nuestra comunidad en este próximo envite electoral.

Tanto o más que la coincidencia con el País Vasco, un excesivo protagonismo de Rajoy y Rubalcaba eclipsa el debate sobre lo que está en juego en Galicia y por lo tanto no es bueno para afianzar la identidad política gallega. Pero es que también puede resultar claramente contraproducente para los intereses de Feijóo y Vázquez de cara a la cita con las urnas. A ninguno de ellos le conviene demasiado que se le identifique con su respectivo jefe de filas nacional, como probablemente tampoco con las correspondientes siglas.

Rajoy sufre en apenas medio año como inquilino de La Moncloa un desgaste sin precedentes de su valoración entre la misma ciudadanía que le dio una mayoría absoluta holgada. El PP cae en picado en expectativas de voto. Y lo hace, más que por la impopularidad de las medidas anticrisis, por desdecirse de sus compromisos y acabar haciendo siempre precipitadamente justo lo que dijo que no haría a sabiendas que no tenía otro remedio. Por eso, porque no le aporta nada, sino que puede restarle apoyos, para Feijóo sería preferible que don Mariano y sus ministros gallegos no se prodigasen demasiado por Galicia en las próximas semanas. Mejor que no vengan, ni siquiera a formular promesas o hacer anuncios de inversiones. Tales iniciativas, además de no resultar creíbles, pueden incluso ofender a una ciudadanía a la que no le gusta que la tomen por ingenua.

Lo de Rubalcaba es aún peor si cabe. Está políticamente quemado por la desafortunada gestión que de la crisis económica hizo Zapatero. Ambos fueron cómplices a la hora de negar la evidencia, de no tomar a tiempo las medidas pertinentes para combatirla y de poner los intereses partidistas por encima de los de España, hasta que teníamos el agua al cuello. Y como líder de PSOE no acaba de afianzarse, ni levanta cabeza. Apenas logra rentabilizar en su beneficio la brutal erosión de PP y de Rajoy, lo que empieza a preocupar a quienes le apoyaron como sucesor de ZP y a los sectores sociales que reclaman posiciones más contundentes frente a los recortes que el PP gobernante está infligiendo al Estado del Bienestar.

No solo desde posiciones nacionalistas, al Pepedegá y al Pesedegá se les reclama un discurso político propio, con análisis y propuestas específicas para atajar los problemas estructurales que sufre este país (para cuya compresión, por cierto, es altamente recomendable el último ensayo del filósofo Antón Baamonde, A derrota de Galicia, en Edicións Xerais). En el ámbito socialista quizá no tanto, pero al menos en la órbita del centro derecha galaico hay sectores que proclaman sin ambages las necesidad de un cierto rearme ideológico. La formulan sobre la base del liberalismo y del galleguismo, de modo que entronque con aquellas propuestas, tipo administración única, de la etapa Fraga, que tan poco gustaban en la calle Génova pero que tan bien parecían conectar con las mayorías conservadoras tanto de la Galicia urbana como de la rural. Hasta por escrito, negro sobre blanco, algún destacado dirigente del PP gallego y la Xunta fraguista, incluso cercano al marianismo, ha llegado a adviertir contra el riesgo de prestarse al juego de deslegitimar las autonomías, desde una nacionalidad histórica, y de no hacer frente a la inercia recentralizadora, de que, sin duda, el Gobierno de Rajoy es, si no el abanderado, un colaborador entusiasta.