Dos buenos amigos -uno que es coronel de la Guardia Civil y otro coronel de la Marina de Guerra- me invitan a una jornada de pesca en la ría que unos llaman de Ares y otros de Sada, aunque no faltan quienes la asocian también a Betanzos, a Miño o a Pontedeume, según sea el tramo por el que se navegue. A los parajes bellísimos les pasa como a las mujeres hermosas, todos quieren darles su apellido. Pese a todo, dude si embarcarme. La mañana amaneció hosca y nublada y el servicio meteorológico anunciaba un viento de fuerza seis y una mar de fondo de tres metros. En esas circunstancias, y con un principio de catarro rondando la nariz, no parece lo más sensato echarse a la mar. Pero los dos militares fueron expeditivos. Según el coronel de la Benemérita nada hay mejor para aventar las miasmas que un paseo en la cubierta de una potente motora. "O te mueres, o limpias el pulmón y las fosas nasales para el resto de año" me dijo. Y el de Marina comentó algo parecido sobre los efectos beneficiosos del aire marino en los bronquios. Me convencieron. Salir del puerto de Miño es complicado y hay que esperar a que la marea proporcione flotabilidad a las embarcaciones. Con la marea baja, los barcos reposan con el casco al aire sobre el barro del fondo de la ría. Y con la marea alta queda bajo la quilla el agua necesaria para no encallar. Pero sin excederse mucho. El mérito de hacer este puerto deportivo en tierra le corresponde al fallecido vicepresidente de la Xunta de Galicia, José Cuíña que, cuando era el delfín de don Manuel Fraga, quiso halagar a su patrón proporcionándole un punto de desembarco cercano a su residencia veraniega de Perbes. Salimos pues con precaución y al poco ya navegábamos velozmente hacia el lugar donde reposa la quilla del Urquiola, aquel barco que hace treinta y seis años naufragó en las cercanías del puerto petrolero de A Coruña tras incendiarse su carga. Las autoridades marítimas utilizaron los restos del buque para hacer un arrecife artificial que sirviese de refugio a algunas poblaciones de pequeños peces y ahora todos los pescadores conocen el pecio por el sobrenombre de "las chapas". Mientras preparábamos los aparejos, tuvimos un recuerdo cariñoso para Benigno Sánchez Lebón, el marino recientemente fallecido que se salvó de la muerte aquella fatídica jornada cuando ejercía como práctico. Al incendiarse el barco se arrojó al agua y pudo ganar la costa a nado al cabo de casi tres horas. Terminó agotado. En vida, Sánchez Lebón fue muy crítico con las condiciones de seguridad del puerto coruñés y con sus proyectos de desarrollo. Y una de las últimas observaciones que hizo iba dirigida al llamado puerto exterior de Langosteira, del que vaticinó que iba a estar fuera de servicio buena parte del año, ya que se había construido en un lugar inconveniente. Por lo demás, la jornada de pesca fue fructífera. El aparejo llamado "de metralleta" es una ingeniosa sucesión de anzuelos sin cebo que permite sacar del agua hasta cinco o seis jurelos a la vez. Llenamos rápidamente el cubo y volvimos a Miño a comer. Del catarro, ni rastro.