Transcurridos más de cinco años desde el inicio de la crisis financiera, cabe preguntarse por cuáles pueden ser sus efectos más duraderos, incluso cuando empiece la "recuperación".

Y es que esta sacudida ha dejado imágenes inimaginables en 2006: proliferación de urbanizaciones vacías; aumento de las tiendas de Compro Oro, mientras cerraban oficinas de ventas de pisos... De hecho: ¿alguien hubiera creído que (casi) desaparecería el sistema de cajas de ahorro? ¿O que habría cierres de farmacias, después de que en zonas como la Comunidad Valenciana, tras impagos, más de 200 se encuentren en concurso de acreedores?

Sin embargo, hay consenso en fijar que una de las principales víctimas de esta recesión será esa gente anónima que sustentó la fiesta crediticia y daba cohesión al país: la clase media. Un estrato dañado por todas partes: con el despido y pérdidas de poder adquisitivo en el sector privado; con el fin de la intocabilidad de los funcionarios y la visión del paro y la precariedad en profesionales liberales; con el aumento de las cargas impositivas, destinadas a cubrir desmanes de entidades financieras y de los Estados... Todo ello se ha traducido en dificultades o imposibilidad: de llegar a fin de mes, de saldar créditos, de salir los fines de semana, de pagar extraescolares, de irse de vacaciones, de...

Ante la improbabilidad de volver al pleno empleo de 2007 (un 8% de paro, no se crean), algunos economistas anuncian una posible argentinización de la sociedad española, con: estratos alto y medio-alto dañados, pero estables; una clase media en reducción y un aumento de los grupos medio-bajos y bajos (luchando, con empleos precarios, por mantener su incierto nivel de vida). En España, el miedo al descenso social ya se ha expresado con el 15-M o con pulsiones independentistas. Pero eso da para otros artículos.