El PSOE se ahoga lentamente en sus propias contradicciones. Su último proyecto político reconocible, el de la conquista de los derechos civiles en medio de la España plural, se disolvió como un azucarillo en el océano. Desde que Zapatero fue machacado por una gestión de la crisis coronada por la inepcia, el socialismo español decidió encerrarse en una habitación oscura donde Rubalcaba celebra un eterno soliloquio rodeado por sus fieles. Al otro lado de la puerta está la sociedad, y el PSOE sigue sin ofrecer la esperanza de la construcción de un futuro distinto.

El viaje del postzapaterismo al pasado cristalizó en el congreso de Sevilla, sentados los viejos generales al frente de una nave sumida en el caos. Fue la peor respuesta de la veterana organización para amortiguar la caída, no digamos ya para afrontar la despolitización creciente de la sociedad, que busca otra paleta de alternativas para canalizar sus opciones. El PSOE decidió aparcar la catarsis necesaria para cortar la enorme desafección que sufre el PSOE tras el legado de Zapatero -identificado el socialismo en el imaginario colectivo con el mayor desastre económico de España desde la autarquía- y se puso a rescatar los restos del naufragio. Es decir, Rubalcaba, Blanco y los demás se rescataron a sí mismos. Los resultados están a la vista. Sin proyecto -¿qué proyecto tiene el PSOE?-, con una herencia diabólica entre las manos dictada por la asimilación de la crisis con sus siglas y sin la voluntad de abrir el partido hacia mayores niveles de democratización, la aventura del PSOE es una aventura dimitida. En esta disyuntiva, al menos las caras nuevas hubieran acortado los plazos de recuperación. El PSOE optó, en cambio, por la restauración. Ni siquiera cambió el icono de cabecera.

La reconquista de su hegemonía ideológica será ardua y costosa, como se detectó el domingo. La caída de diez puntos porcentuales en Galicia y el País Vasco ha hundido a Ferraz en la depresión. Es el mayor partido castigado por las urnas. Ha perdido nueve diputados en el País Vasco y siete en Galicia. Solo gobierna en Andalucía (con IU) y en Asturias, es decir, sobre unos 9 millones de personas del amplio mapa español. Por si fuera poco, el mayor arrinconamiento socialista de la España democrática coincide con los peores momentos de su antagonista, lo que aporta ornamentación al cenotafio. La "convergencia" resulta más lúgubre, si cabe, puesto que, enfrente, el Gobierno de Rajoy está desbordado por la realidad, pendiente del rescate general, acometiendo rescates autonómicos, bajo el imperio del descontrol económico, yaciendo sobre cinco millones de parados, dictando recortes y difundiendo la ideología de la austeridad, que conduce al ciudadano a un pozo sin esperanza y hunde sin remedio sus recursos. Pese al siniestro fresco, el socialismo no levanta cabeza.

Dado que Rubalcaba dispuso la campaña electoral de Galicia como un plesbicito contra Rajoy, convirtiendo a Feijoó en un trasunto del presidente del Gobierno, se comprenderá que la impotencia en Ferraz haya alcanzado el delirio y que el abismo se haya abierto con una verticalidad sobrecogedora. Es mucho más grave el golpe en Galicia que en el País Vasco, donde Patxi López ha perdido el Gobierno. Lo es porque Galicia ha roto la respuesta canónica de la política ante los estragos económicos. Feijoó ha resistido los embates de la crisis -con destrucción de empresas y desempleo muy elevado en su territorio- y el desgaste de las políticas de Rajoy casi sin inmutarse. Los electores, en lugar de responsabilizar del drama doméstico al partido en el gobierno, han decidido redimirle. No es fácil observar conductas parecidas. Y es natural que Rajoy exude optimismo, al igual que los gobiernos regionales del PP. Al fuego han enviado al PSOE, que pasaba por allí.