Malik nació a finales de febrero de 2013. Seis semanas después de esto, el pasado 8 de abril, fue sometido a la prueba del VIH. Y fue negativa. Todo esto no tendría mayor interés mediático si Malik no fuese hijo de una mujer seropositiva, que recibió tratamiento antirretroviral durante el embarazo. Y esto tampoco sería novedad si toda la historia que les cuento, y que me transmiten amigos y compañeros de Médicos sin Fronteras, no hubiera tenido lugar en Zimbabue. Un lugar donde me temo que las expectativas de vida para las personas con el virus del VIH no son, en principio, demasiado halagüeñas. Un lugar, también, donde los niños de las personas seropositivas, en la inmensa mayoría de los casos, nacen ya con el virus del VIH.

La historia de Malik, o de cuatrocientos mil niños más en el mismo programa, trasciende a los propios interesados. Ellos son, claro está, los primeros beneficiados por este proyecto. Pero lo cierto es que este tipo de planteamientos, con casi un cien por cien de éxito, representan una verdadera luz de esperanza en muchos lugares de África y otras partes del mundo. Países donde el sistema de salud jamás podría pagar el costosísimo tratamiento antirretroviral que se ha mostrado como la única barrera real al desarrollo del Sida en personas seropositivas, y que no está disponible para las personas que no pueden pagarse una astronómicamente costosa sanidad privada en tales contextos. La gran contribución de este programa es lograr que la nueva vida, como la de Malik, nazca fuera de la tenaza del VIH, lo que le convertiría en dependiente de medicinas caras, fuera de su alcance.

La segunda característica de tal programa tiene que ver con que tal logro lo han realizado personas anónimas y sencillas, en buena parte, o empresas que han pasado la información a sus trabajadores y han aportado una donación mas grande o más pequeña. Quizá lo haya hecho usted, por ejemplo, si es una de esas casi 280.000 personas que han respondido a la llamada de la organización, realizando una microdonación de 1,2 euros. Un cúmulo de pequeñas intenciones, en definitiva, que sumadas han expresado en algo muy concreto, por ejemplo Malik y su analítica libre de VIH, su ansia de cambiar el mundo. De edificar una nueva realidad donde el tamaño de tu cuenta corriente, por ejemplo, no tenga tan drásticos e irreversibles efectos sobre tu salud o, en general, tus oportunidades.

Porque, miren, algo debemos de haber hecho mal cuando morir o vivir tiene que ver con ese peregrino intercambio de metal que parece lo gobierna todo. Si fuésemos mínimamente inteligentes, trabajaríamos contra el VIH -por ejemplo- en clave global, sabiendo que una persona no tratada en cualquier parte del mundo es un riesgo para todos y todas, independientemente de su estatus económico y otras zarandajas parecidas. Los virus tienen la capacidad de mutar y recombinarse mientras andan sueltos por ahí, sin control, y el verdadero reservorio de fatalidades que representa el escaso interés que se tiene de diferentes patologías en África, por poner un ejemplo, nos pone en peligro a todos. Por supuesto que, primero y de forma dramática, a los que lo viven ya. Pero, más allá de eso, a cualquier ser humano sobre la faz de La Tierra, por muy ajeno que sea a todo ello y muy seguro que se crea en su oasis de cristal.

Tenemos mecanismos para abordar problemas que, hoy por hoy, se supeditan a intereses mucho más allá de lo orientado únicamente a resultados. Se difieren técnicas en el tiempo, por intereses creados. Se minusvaloran enfermedades raras, por la escasa rentabilidad de tratarlas. Y no se vislumbra el efecto real, sobre personas como Malik, de lógicas mucho más inclusivas, racionales, orientadas a resultados terapéuticos y fuertemente ancladas en la realidad. Soy de los que piensan que todo ello habría que cambiarlo, y que hay motivos más que suficientes para abordar la sanidad con una lógica integral, más allá de lo administrativo, lo político o lo geoestratégico.

¿Me tilda usted de soñador? ¡Pues claro! Pero si no hay una pizca de sueños en el conjunto de ingredientes de nuestro potaje personal, estamos muertos antes de empezar a trabajar. A partir de ahí, manos a la obra, tendremos que reducir nuestras expectativas, ser posibilistas con lo que tenemos y con lo que jamás podremos alcanzar, y pactar hasta con el diablo para edificar un mundo nuevo y más justo. Pero miren, qué caramba, la expresión de la carita de Malik en la fotografía que me pasan, bien vale elevar el listón de las posibilidades, mirando la botella medio llena -en lo posible- aunque usted y yo sepamos que, en ciertos contextos, es difícil considerarla así cuando apenas tiene una gota?