Ya iba siendo hora, el Congreso, el de los Diputados, se divierte. Desde su inauguración en el siglo XIX por Isabel II, el caserón de la Carrera de San Jerónimo era la sede del peñazo nacional. Bien es cierto que entonces los oradores lo eran de verdad y que, durante bastante tiempo, fue el templo de la Retórica; no faltaban agudezas y de cuando en vez Sus Señorías hacían algunas risas en el hemiciclo, pero de diversión y cachondeo nada de nada, esas cosas quedaban reservadas para los pasillos y la Taberna del Cojo, aunque siempre en tono comedido, bastante finolis. En resumen, que se dormían los diputados, los ujieres, los taquígrafos y los periodistas, hasta los leones de la entrada no podían evitar algún que otro bostezo. Y todo eso cuando el sistema era más o menos parlamentario, bien fuera monárquico o republicano. Cuando el franquismo, con menos actividad y más solemnidad en determinadas y contadas ocasiones en las que Sus Señorías lucían frac, uniformes varios, sotanas púrpura y condecoraciones, el rollo era macabeo aunque, por si las moscas, no se dormía ni el gato. Creemos que solamente hubo risas cuando a cierto sonriente ministro, natural de Cabra, que quería cargarse la enseñanza del latín pues en su criterio no servía para nada, un docto procurador en Cortes le recordó que el latín servía para que el gentilicio de sus habitantes fuese egabrenses... Hoy en día los de Cabra siguen llamándose egabrenses, pero el latín está en el baúl de los recuerdos de Karina, y la llamada generación mejor preparada de nuestra Historia apenas conoce los números romanos; algunos jóvenes ven una fecha en tales guarismos y creen que se trata de un apellido galés.

Desde el pasado viernes, cuando tres bonitas jóvenes que quieren canonizar el aborto se pusieron en tetas en la tribuna de invitados (e invitadas) se acabó el aburrimiento en el Congreso. De todo hubo, pero hasta los que protestaban por esa pectoral manifestación, eran todo ojos, y ojos alegres cuando no salaces pues, justo es reconocerlo, a las manifestantes las domingas les caían para arriba. No les gustó tanto la cosa a Sus Señorías de sexo femenino ya que, inevitablemente, la exhibición de las jovencitas automáticamente suscitó comparaciones. El que no lo pasó nada bien fue el presidente del Parlamento -con una cara de "para qué me habré metido en estas cosas"- preocupado por la forma en que el servicio de seguridad procediese a la expulsión de las chicas, no fuera que agarrasen por lo más sobresaliente y le presentaran una denuncia por responsable de lascivos tocamientos. Bueno, lo cierto es que la mayoría de los diputados lo pasó pipa, esperándose que en lo sucesivo aumentará a tope la asistencia a las sesiones, por si se repite el numerito. No quedará un escaño libre y habrá lleno de los de no hay billetes en la tribuna de invitados, pues lo que se han de comer los gusanos que lo vean los cristianos y, seamos generosos, los que no lo son que lo vean también.