Puede verse en internet, el 4 y el 14 del presente junio se celebraron en Londres la apertura del Parlamento y el cumpleaños oficial de la Reina, respectivamente. Isabel II, con el duque de Edimburgo (a saber cómo se las ingenia el príncipe Felipe para a los 93 años aguantar el pesado morrión de piel de oso de los Grenadiers Guards), llegó a Westminster en carroza y, por su cumpleaños, pasó revista a las tropas en landó, que la buena señora ya no está para amazona. Ni una moto de escolta, la Guardia Montada con casco y coraza. En la Cámara de los Lores, durante el acto de apertura del Parlamento, los pares con atuendos rojos orlados de armiño, casi como el manto que lucía Su Graciosa Majestad. Solamente se trataba de dos actos casi rutinarios de anual celebración.

En esta tierra de garbanzos se prepara la proclamación de Felipe VI. Nada que ver con las ceremonias del Reino Unido. Entre la Casa Real, el Gobierno y las Cortes se planifica un acto cutre confundiendo la austeridad con la racanería. Rolls, que no está mal, pero no carroza, no sea que se produzcan críticas adversas. Las carrozas, que las hay y muy buenas, en el Palacio Real y de vez en cuando para la presentación de credenciales. La escolta a caballo ya se verá, mancha mucho el pavimento y limpiar las boñigas de los cuadrúpedos puede suponer una pasta gansa en materiales y horas extra. El desfile militar se limita a un batallón mixto de unos 500 efectivos. Por supuesto, ninguna celebración religiosa ni los Evangelios en la jura, tampoco el crucifijo, estamos en un país laico. También lo es Estados Unidos de América y ponen a Dios hasta en los billetes de dólar; De Gaulle, cuando su entrada en el París reconquistado, en la II Guerra Mundial, lo primero que hizo fue ir a la catedral de Notre Dame para asistir a un solemne Te Deum, poniendo en peligro su vida pues aún había francotiradores a mazo. Naturalmente no habrá armiños, ya que aquí no se estila, y la supuesta etiqueta, exigida para la asistencia al Congreso de los Diputados, consistirá en traje corto para las damas y oscuro para los caballeros, a un paso de la horterada.

En resumen un acto tímido, que semeja organizado por monárquicos vergonzantes, y más cutre que el Mercader de Venecia. No se proclama a un Rey todos lo días y menos a hurtadillas, con complejo, casi de tapadillo. Para rematar la jugada solo falta la nocturnidad.