No sé si recuerdan ustedes aquellos memorables partidos de fútbol, allá por la mocedad, donde el juego terminaba de forma abrupta cuando el dueño de la pelota, descontento con el devenir de la jornada, decidía marcharse, enfadado. A partir de ahí pocas eran las opciones: o el rapaz en cuestión entraba en razón, o se le aceptaba que aquello había sido penalti o que no había que poner barrera, o que lo otro era gol. Si no era así, él se iba -claro está- con el balón. Juego terminado.

Una sensación parecida producen los recientes acontecimientos en materia de revisión del procedimiento electoral. Se ha especulado mucho en los últimos días con que si lo propio es que gobierne la lista más votada, o caben todas las posibilidades matemáticas surgidas a partir de ahí vía coalición. Ha habido globos sonda, terremoto político, dimes, diretes y algún desmentido. Y, al final, parece que todo se queda en agua de borrajas. Que no es, por cierto, la que prometen las nubes negras que asoman en este momento por mi ventana?

No voy a entrar en si lo mejor es, desde mi punto de vista, una u otra de las opciones. Todo tiene, seguramente, sus ventajas y sus inconvenientes. Que gobierne y nombre alcalde el grupo más votado tiene su lógica, y que pueda haber pactos postelectorales entre los que no detentan la mayoría, también. Pero el hecho de que, como digo, alguno de los grupos en lid pretenda ahora de forma unilateral imponer su criterio, suena a aquello de "ahora me voy y me llevo la pelota". En un país con cierta aversión al cambio, donde nuevos desarrollos jurídicos -por mucho que favorezcan al bien común- se llevan a cabo a cuentagotas, o caen directamente en el limbo de lo innegociable, una decisión de ese tipo sólo se puede entender desde una buena dosis de consenso entre los que se verán las caras en la contienda. No tiene sentido, por ilegítimo, que uno de los grupos que concurrirán en la carrera electoral cambie la norma a su criterio, por mucho que le avale la actual mayoría. No creo que diga nada bueno a favor de la praxis democrática.

Finalmente, parece que todo se queda como está. Que no habrá cambios en este sentido. Yo no digo que esto sea mejor ni que tenga que ser así. Lo que digo, entiéndanme bien, es que si se quiere buscar otro paradigma, se haga desde un cierto consenso amplio, yo diría que incluso mayor al de los dos grandes partidos mayoritarios. Las reglas del juego, jugando al fútbol, han de ser bien conocidas y acatadas por todos los actores: jugadores, árbitro y, también, público. Si no es así, el resultado despista. Pues, del mismo modo, no tiene demasiado sentido que a escasos -escasísimos- meses de las próximas elecciones municipales, se produzca un cambio unilateral, controvertido, urgente y poco fundamentado con respecto a la situación anterior. ¿Evolucionar en tal sentido? Pues puede ser una opción. Pero ni ahora ni con estos mimbres?

Recuerdo, como digo, aquellos partidos verdaderamente intensos, con diez o doce años? Ya fuera de la alegoría, y ahora que nos vemos y les hablo en confianza, la verdad es que era bueno que, llegado el momento, el dueño de la pelota se enfadase y se fuese. Porque después de cuatro horas jugando, y esperándote para comer en casa, tampoco tenía tanta lógica seguir jugando? Así, al menos, el partido se terminaba sin vuelta de hoja, por falta de pelota.