Hay que reconocer que aquello de "Galicia, un destino, tres terminales" sonaba bien como lema de una política aeroportuaria coordinada. Feijóo lo hizo suyo y lo defendió públicamente como una aspiración más de su gobierno en el marco de la concepción estratégica de este país como "ciudad única y policéntrica". Dicen que creía de verdad en esa idea, que no era un mero eslogan. Sin embargo, como era de esperar, topó con los localismos de siempre, agravados por personalismos exacerbados, ante los que antes o después acababan cediendo todos los partidos, sin excepción, por puros intereses electoralistas. Una alcaldía es una alcaldía.

El primer comité de rutas aéreas de Galicia se constituyó en 2010, siendo ministro de Fomento el socialista José Blanco. El objetivo prioritario era hacer frente común ante la dura competencia que planteaba el vecino Oporto. A los pocos meses, la iniciativa quedó en nada, porque Santiago de Compostela, Vigo y A Coruña seguían haciendo la guerra por su cuenta, en tanto que el Gobierno de España y la Xunta, por su distinto color político, en lugar de ponerse de acuerdo, intercambiaban reproches sobre presuntos favoritismos en función de intereses partidistas.

Hace poco más de un año, ya con el PP gobernando en Madrid y en los ayuntamientos herculino y santiagués, se creó un comité de coordinación aeroportuaria, que alumbró un plan conjunto para el impulso del tráfico aéreo. Lavacolla se fortalecía como aeropuerto central dedicado preferentemente al tráfico internacional y turístico, para que Alvedro y Peinador se consagrarían al tráfico empresarial. La idea de la especialización sonaba bien, pero en la práctica no contentó a nadie y cada cual, como siempre, siguió haciendo la guerra por su cuenta. Hasta hoy.

Mientras fue conselleiro del ramo, Agustín Hernández mantuvo una postura coherente en este ámbito, mostrándose contrario por principio a subvencionar sistemáticamente con dinero público a las compañías aéreas, que son sin duda a día de hoy las grandes beneficiarias del carajal aeroportuario gallego. Para Hernández, las ayudas a fondo perdido a las operadoras low cost van contra la leyes de la competencia, pero sobre todo generan una oferta artificial y, lo que es peor, encubren una triste evidencia: que el potencial del mercado aeronáutico desde y hacia Galicia no sostiene tres aeropuertos, ni siquiera en este momento, cuando aún no entró en servicio el AVE.

En cuanto el conselleiro se convertió, por accidente, en alcalde de Compostela no le quedó otra que anteponer el interés localista a la sensata visión de conjunto y a su empeño en pro de la coordinación. Es natural, don Agustín mira por lo suyo. En los últimos días, con las elecciones municipales a pocos meses vista, hizo provechosas gestiones en favor de Lavacolla, a las que el regidor coruñés acaba de replicar con otros movimientos tácticos. Todo esto le viene al pelo a Abel Caballero para alimentar la caldera del victimismo vigués, mientras a Feijóo le obliga a reconocer el rotundo fracaso de los voluntariosos intentos de imponer el sentido común.

En esas estamos, metidos de nuevo en una cruenta batalla entre aeropuertos, que no va a ganar ninguno de los contendientes y que perderá Galicia en su conjunto. Porque Oporto sigue ganando cuota de mercado entre los viajeros gallegos. En Portugal, donde no parece que sobren terminales, hicieron a tiempo sus deberes. Crearon un sistema aeroportuario único, dejando que sea el mercado el que decida, en base a la capacidad de gestión de los equipos directivos de cada terminal. Sin apenas interferencias políticas y más intervencionismo público que el estrictamente imprescindible.