Durante casi veinte años, gracias a su representación en las Cortes, el BNG ha conseguido situar a Galicia en el mapa político estatal. Sin los diputados o senadores nacionalistas -estos últimos designados por el Parlamento gallego- nuestra comunidad habría carecido de una voz propia, capaz de poner sobre la mesa de debate los problemas específicamente gallegos y de aportar, si acaso, el punto de vista del galleguismo de izquierda sobre los grandes temas de Estado y los más menudos asuntos del día a día. A pesar de que, salvo situaciones coyunturales, fue una presencia casi testimonial, nadie puede discutir que para muchos millones de españoles, el Bloque venía a ser la voz de Galicia en Madrid, como CIU y después Esquerra Republicana, la de Catalunya o el PNV la de Euskadi, salvando todas las distancias.

La práctica totalidad de las encuestas difundidas estos días coinciden en pronosticar que la marca NÓS-Candidatura Galega, impulsada por el BNG y grupos afines, no obtendrá representación en el Congreso de los diputados el 20-D. Salvo sorpresa, sus actuales dos escaños, uno por A Coruña y el otro por Pontevedra, irán a parar a En Marea, la plataforma de Anova, Podemos y Esquerda Unida. En el cuartel general del frentismo hace ya tiempo que empezaron a asumir la casi imposibilidad de salvar al menos uno de esos asientos en la Carrera de San Jerónimo. A pesar de ello, van a echar el resto. Nada de derrotismo. Confían en que una parte de sus potenciales votantes se encuentre en la amplia bolsa de indecisos que detectan los estudios demoscópicos a pocos días de la jornada electoral.

El último CIS dejó claro que casi tres de cada cuatro votantes del Bloque en 2011 apoyarán a otra fuerza política el domingo que viene. Del orden de un treinta por ciento se decanta por En Marea. A decir de los expertos, esa es, más o menos, la porción de clientela que se estima que Xosé Manuel Beiras se llevó de la casa común tras el cisma de Amio. Es obvio que sin esa traumática ruptura el nacionalismo organizado no correría ni mucho menos el riesgo de no lograr representación parlamentaria en Madrid. Por el contrario, si la antigua familia bloqueira permaneciera unida, es probable que obtuviera tres o cuatro escaños, aún entrando en competencia con Podemos, por un lado, e Esquerda Unida, por el otro.

En cuanto culmine el recuento y comience el análisis en profundidad de los datos, quedará claro que la suma de las dos candidaturas, la nacionalista y la rupturista, esto es, la gran marea gallega que pudo haber sido y no fue, no solo superaría netamente a un PSdeG a la baja, sino que amenazaría la fortaleza de un PP que, como siempre, obtiene mejor resultado en Galicia que en el conjunto de España, pero que también acusa el desgaste inherente a la gestión (no olvidemos que gobierna aquí y allí y eso tiene sus costes). De rebote, o indirectamente, son los populares quienes en gran medida se benefician del fracaso de la lista unitaria a la izquierda del PSOE, teniendo en cuenta que se detecta una bolsa de potenciales votantes de esa oferta que, decepcionados, tal vez se queden en casa.

En la dirección del Bloque siguen insistiendo en que ellos pusieron de su parte todo y más y que si la confluencia no fue posible es porque Anova, Podemos y Esquerda Unida nunca tuvieron verdadero interés en que fraguara, menos aún en que tuviera una base asamblearia y que se construyese de abajo arriba, sin que la precocinaran -o mangonearan- los partidos. Los de Xavier Vence dicen tener la conciencia tranquila. No podían ceder más, sin renunciar a sus principios esenciales. Además, están convencidos de que el tiempo les dará la razón y que, si se da el caso, el partido de Pablo Iglesias, por razones estratégicas, no permitirá que los diputados de En Marea, siendo cinco o más, constituyan un grupo parlamentario autónomo. Y a ver cómo lo justifica Beiras sin entrar flagrante en contradicción con sus compromisos y su trayectoria personal...