Con el cambio de año llega la imprescindible renovación de dietarios y agendas manuales, si es que aún se usan, pues los móviles y los demás apoyos tecnológicos se actualizan instantáneamente. ¡Genial! Yo, que aún utilizo una y otra especies, vivo por estas fechas una especie de higiene mental que consiste en echar un vistazo a anotaciones pasadas y comprobar la cantidad de cosas que se han quedado en el tintero sin que se haya hundido el mundo, ni mi persona haya sufrido especiales daños, asuntos y planes de los que puedo desprenderme definitivamente. Poner al día las agendas es por ende, o así se me asemeja, un sano ejercicio de desempolvar las estanterías mentales. Eso a nivel personal, porque si entramos en lo más material, en lo que guardamos en cajones, cajas, archivadores y estanterías, puede ocurrir lo que leo que han descubierto en la Comunidad Valenciana: que se gastaban 4.500 euros mensuales por el alquiler de una nave en la que dormitan 375.000 libros de todo pelaje y contenido, desde recetarios a manuales de derechos y álbumes artísticos, editados con dinero público. Libros para obsequiar, que allí se han quedado creando polvo. ¿Y si hicieran otro tanto nuestra Xunta, nuestras universidades y fundaciones?