Allá por los años ochenta y para promover la benéfica ilusión de que todos intervenían en el gobierno de los centros públicos de enseñanza, se crearon aquellos "Consejos de dirección" en los que, además de quienes representaban los órganos unipersonales, se integraron también profesores que el Claustro elegía y, entre los no docentes, asimismo alumnos, padres, miembros de un personal que se llamó "subalterno" por un tiempo, y hasta algún representante del concejo correspondiente.

Las sesiones, ordinarias o extraordinarias, se convocaban a última hora, cuando cesaba la actividad académica. Espesas e inanes, más que amenizarlas, amenazaban las tardes de invierno, porque esta raza de ególatras incurables a la que pertenecemos sin saberlo siquiera, atesora con orgullo ancestral la querencia de largar sin tasa ni cancilla sólo por escucharse proponiendo las tesis más altas, sonoras y significativas.

Lástima que el país nuestro no tenga en cada córner, de cada parque y de cada plaza, un poyo o una tarima o una tribuna o un púlpito o un trono desde el que quien así lo deseare, sin castigo de nadie, pudiera libremente proclamar las virtudes de la lechuga rizada y la escarola como portentosos afrodisíacos o, en otros casos, anatematizar a quien capara gatos o gustase de las gambas a la plancha.

Como conviene decirlo todo, es cierto que a la divagación insustancial y vana contribuía decisivamente el hecho de que el presupuesto con que las autoridades los dotaban, alcanzaba malamente el mantenimiento de los centros, cuyo gobierno sin capacidad de alguna consideración práctica, devenía por fuerza laberíntica nonada sobre la que a veces se abatía una peregrina tormenta de ideas estrambóticas.

Bajo su inclemente fragor, una tarde de octubre permanecimos largamente empantanados en el peliagudo y movedizo asunto de la "atención a la diversidad". Antes que de aplicados y objetores, se habló entonces de blancos y de negros, de inmigrantes y aborígenes, de estructurados y sin estructurar? El debate se espesó hasta que, entre las variedades que la Naturaleza provee, ya pocas quedaban por examinar. No se atisbaba salida ni final a aquel martirio que se había ido cerrando circularmente, hasta que un representante de los padres, arcangélicamente escorado hacia el fácil aprobado de sus hijos, trituró la tramposa porfía con un altisonante "No se puede juzgar a todos por el mismo trasero".

En otra ocasión, igualmente memorable, un alumno, que iba para jefe sindical como el tiempo confirmó poco después, se enroscó vistosamente en una sentida soflama sobre "unha terra, un pobo, unha fala" y de ahí pasó a argumentar sin más que el gallego había de ser la "lengua materna" de los alumnos todos. Fue entonces cuando quien representaba al ayuntamiento -profesor de Historia él mismo- y pertenecía a la mayoría socialista que sostenía como alcalde al Sr. Vázquez, cortó por lo bajini la espesura intelectual del bien aleccionado púbero con un aserto algo destemplado "Este chaval o es parvo o es del Bloque".

Recordé lo primero porque, cuando acaba de empezar el juicio por el caso Nóos y habiendo conseguido el instructor salvar cuantas trabas se le impusieron para sentar a la infanta Cristina entre los acusados, aplicarle un subterfugio que la exonerase de sus responsabilidades penales, más que otra cosa parecería maniobra dispuesta a librarla pronto del oprobioso banquillo. En definitiva, un tejemaneje para que, aun siendo los españoles "iguales ante la ley", no se juzgara a todos "por el mismo trasero".

La segunda anécdota -"parvo o del Bloque"- protagonizada por aquel concejal socialista que acaso no llegó a coincidir en la corporación con Javier Losada y con Hermitas Valencia, me puso sobre la pista del legado que para nosotros dejaron Zapatero y Maragall y, ahora mismo, sobre el tontiloco empeño de Pedro Sánchez quien, con el peor resultado histórico del PSOE, rehúye solamente al partido más votado para, tras declararse decidido defensor de la igualdad entre españoles, intentar una alianza con quienes animan a la desigualdad, a quebrar unilateralmente compromisos redistributivos con el conjunto de sus conciudadanos, a levantar fronteras contra aquellos que consideran inferiores y de los que han decidido segregarse.

No parece entender Sánchez, cuya primera preocupación hubiera de ser social y no satisfacer un delirio supremacista, que ofrecerse a los partidarios de acabar con el Estado -que habría de administrarlo justa e igualitariamente- antes que a quienes estuvieran dispuestos a corregir sus vicios y desajustes, sus injusticias y desigualdades, es la forma más segura de liquidar el Estado del Bienestar, el mayor logro de la socialdemocracia europea.

Hay una posibilidad real de gobierno -una sola-. En ella, Ciudadanos parece un valor seguro. Y en el PP y en el PSOE, que debieran serlo, tiene que haber más personas que Mariano Rajoy y que Pedro Sánchez.

En cualquier caso, ahora, cuando el tiempo corre inequívocamente en contra y no a favor, todo indica que no es éste el momento de los parvos ni del Bloque.