Comparto con millones de ciudadanos el rechazo a ese comentario bronco y altisonante que se pretende análisis siendo puro desahogo, falsamente espontáneo y casi siempre de imposible verificación. El género tertulia, radiofónica y más la televisiva, la cumbre de la conciencia crítica las llamaba con ironía Gustavo Bueno, ha tenido mucho que ver en el éxito de la brocha gorda, de la rotunda descalificación del oponente y de la deformación de la realidad. Nada importa el tremendo exceso sobre un asunto porque cada día aparecen otros y distintos sobre los que pontificar, insultar o mentir sin tiempo para pedir cuentas al deslenguado. El género nació en el periodismo deportivo, pasó a la prensa rosa y de ahí a la política, pero no contagiaron a los espacios dedicados al arte, al cine, a la economía, a la ciencia y a los que exigen a los participantes conocimientos especializados y opiniones contrastadas. Pero en tocando la política cualquiera sirve para opinar porque eso es la democracia participativa que también quieren extender al momento de la decisión. Es un derecho, dicen, soportado en una declaración inapelable, ¡yo pago mis impuestos! y en la demoledora filosofía del igualitarismo más ramplón.

La mala noticia del incumplimiento de las cifras de déficit público ha desatado el jueves la última catarata de improperios y descalificaciones contra el gobierno sin que los responsables del ramo hayan sido capaces de responder con cifras y argumentos a una opinión general que, una vez más, augura catástrofes irremediables?a menos que Pedro Sánchez consiga la investidura en unos días. Es, en definitiva, el último capítulo del cuento de terror que se inició la noche de la mayoría absoluta de Rajoy en noviembre de 2011. Coinciden en la descalificación total del gobierno el PSOE, Podemos y los sindicatos, desde la izquierda con los ultraliberales del círculo de Aznar y los voceros y columnistas del contra todo y contra todos de las mañanas radiofónicas y de la prensa digital obsesionados por derribar a Rajoy, ese señor de Pontevedra que ni juega al pádel, ni les pide consejo. Novelan la legislatura eludiendo la crisis o pretendiendo que se debió superar con más gasto y subidas salariales, sin recortes ni estrecheces. Que se debió silenciar al independentismo catalán con dureza y rapidez, con una reforma federal de la Constitución o consintiendo el derecho a decidir. Y que se debió reducir el gasto público despidiendo a miles de trabajadores del sector público, como si el paro lo pagara Obama, y suprimiendo el Senado, las Diputaciones y muchos Ayuntamientos, o bien elevando la fiscalidad de las Sicav y enfrentándose a la troika.

Todas las opiniones sirven, pese a ser contradictorias, para la descalificación. El gobierno es el responsable del incumplimiento de las cifras de déficit, es el dogma que comparten los voceros de la izquierda y del aznarismo. No importa que hayan cumplido los Ayuntamientos y la administración central dependiente del gobierno. Que hayan cumplido Galicia, Canarias y el País Vasco y otras autonomías casi. No importa que Cataluña y Valencia sumen la mitad del exceso de gasto. Rajoy tenía que haberlo evitado como fuera para poder correrlo a gorrazos los mismos que hoy le critican.

No es fácil hacerse oír con cifras y argumentos en medio del estruendo y la descalificación diaria, pero hay opiniones solventes que, sin esconder la crítica al optimismo del gobierno, explican los porqués de las cifras, aportan vías para la corrección de los errores y, por supuesto, limitan los efectos del apocalíptico final de este país. Lean la columna de Santiago Lago en El País del sábado, es muy de agradecer para quienes nos negamos a morir de espanto con la tertulia de cada noche.