Corría el año 1956. En abril, mis papis se casaron. Se fundó Manos Unidas y también Misión y Desarrollo, después llamada Intermón, Intermón Oxfam y hoy Oxfam Intermón. No cabe duda de que, cada una en su ámbito, dos organizaciones importantes en el mundo de lo social. 1956 fue un año un poco prólogo de los fulgurantes sesenta, una década que vendría llena de cambios en el mundo y, a pesar de la situación política, en España también. Y fue en ese año, en el mes de octubre, cuando Televisión Española comenzó sus emisiones. Hace sesenta años estos días.

Mi reflexión de hoy, que comparto con ustedes, es cuánto hemos cambiado desde entonces. Lo que prometía ser ese gran invento y en lo que se ha convertido, en términos de comunicación. La televisión es otra hoy técnicamente, mucho más desarrollada que la de aquellos primeros años. Pero lo cierto es que su impacto se ha diluido por la emergencia de otras formas y canales de comunicación -léase todo lo relativo a Internet, por ejemplo, o las múltiples plataformas de contenidos digitales-, pero no ha caído en desuso, ni mucho menos. La televisión sigue presidiendo los salones de muchas de las familias de hoy, siendo la compañera inseparable de muchas personas solas, así como el cuidador virtual de muchas de nuestras personas mayores.

Aún así, el impacto de la presencia en un determinado canal de televisión no es el de antes. Hubo un tiempo en que, si salías en La Primera, te veía toda España. No había más. La audiencia del Un, dos, tres, por ejemplo, era multimillonaria. Pónganle ustedes unos veinte millones de personas en una España de treinta y seis millones. Lo veía todo el mundo. No había competencia ni alternativa. Era "lo que había". Hoy, sin embargo, hay docenas de canales que se pelean por unas décimas del share, y muchos buenos programas que pasan desapercibidos o que caen por las guerras, las ansias de contraprogramación de los directivos de las cadenas y por la dictadura del prime time.

La televisión es el reflejo de una época. Muchos de nuestros episodios vitales se forjaron a la sombra de ese medio. ¿Quién de mi edad no recuerda con cariño el Ábrete Sésamo, luego denominado Barrio Sésamo? ¿Y qué me dicen ustedes del Un globo, dos globos, tres globos... o, yendo un poco antes en el tiempo, a la época de mis hermanas, de aquellos incomparables Chiripitifláuticos? La tele nos obsequió con toda la magia de la comunicación de personas singulares e irrepetibles como el gran Félix Rodríguez de la Fuente. Y por la tele aprendimos de la sensibilidad, el entretenimiento y el humor especial de los mágicos Gabi, Fofó, Miliki y Fofito... Nos enseñaron mucho a todos los niños y niñas de aquellos años...

La tele sigue ahí, pero quizá no tiene tanta magia como cuando a casa llegó el primero de aquellos electrodomésticos en colorines. Flipábamos con aquella paleta de posibilidades e intensidades de color, seguramente mucho peor resueltos que ahora, pero que nos dejaban cada día con la boca abierta. España se tiñó entonces de color. Era la época de los Grundig, los Kelvinator, Lavis, Telefunken (Pal Color, oigan) y demás viejas glorias... Eran una especie de ventana al futuro y, como no, al resto del mundo.

En sesenta años todo ha dado un vuelco. Hoy triunfan programas diferentes, menos ingenuos seguramente, tertulias horrorosas y llenas de gritos menos edificantes que aquellas sosegadas de La Clave y toda suerte de series de medio mundo, que tanto vemos aquí como en Kuala Lumpur o en New Hampshire... La tele sigue presente, pero tocada también con esa lógica global que hace que todo se parezca mucho enciendas la misma en tu casa, en un hotel de París o la veas en un bar de Puerto Madero, al ladito de Buenos Aires... De hecho, la tecnología permite que hoy desde nuestra casa podamos ver emisiones del mundo entero...

En fin... la tele... Un mundo... Un mundo que ha cambiado, y tanto. Un mundo que, como les digo, cumple solo sesenta años en España, aunque pudiera parecer que tenga seiscientos. Algo casi ya pretérito, sobre todo para las generaciones de nativos digitales y de todo lo que vendrá a partir del internet de las cosas y la Cuarta Revolución Industrial. Pero no, sigue ahí, y desde hace casi nada...

¿Qué pasará en el futuro? ¿Se integrará la televisión con otros dispositivos y, a medio plazo, tendrá un aspecto muy diferente el terminal que utilicemos en nuestros salones? ¿Habrá terminal? Porque, visto lo visto, cualquier día se recrearán las imágenes en un entorno de realidad virtual en el conjunto de nuestro hogar... Bueno, quién sabe... Por ahora, toca reconocer lo bueno, en términos educativos, informativos y de entretenimiento que la tele nos ha dado, y permanecer expectantes ante un futuro que no nos dejará indiferentes... Aunque yo, de todas las personas que conozco, sea de los que menos se entusiasma con ella, tengo claro aquello de ¡larga vida a la televisión! Y ya puestos a pedir, que la misma sea de calidad, por favor, por difícil que esto pueda parecer a veces en los días que corren...