No comparto las celebraciones por el pacto de gobierno PNV/PSE por mucho que asegure la gobernabilidad en la comunidad autónoma y aunque haya evitado un gobierno enteramente nacionalista. Ha sido un éxito del PNV porque suyo, nacionalismo a tope, es decir, nacionalismo educado pero oportunista e insaciable, es el documento y ha sido una concesión tontuna del PSE a cambio de cierto poder para sobrevivir allí, sin más garantías de integración constitucional del PNV que las que él mismo quiera ir prestando, siempre a conveniencia propia, durante la legislatura. Con la firma del documento los socialistas, en primer lugar, evidencian de nuevo su plena disponibilidad a acordar con los nacionalismos, mientras abominan de cualquier acercamiento al PP como demostraron negándose hasta última hora a una mera abstención que llegó al final de un año y para evitar unas elecciones que les hubieran resultado desastrosas, y que ha dejado al partido roto para mucho tiempo. No es nuevo su rechazo enfermizo al PP que amenaza repetirse más veces en cualquier lugar. Una desgracia a lo que se ve, sin remedio. Segundo, el contenido del acuerdo es, en lo que toca al futuro de nuestro modelo territorial, un triunfo del nacionalismo vasco y las dinámicas centrifugadoras y una derrota de las imprescindibles dinámicas integradoras que cualquier Estado precisa para seguir siéndolo. Ni una mención a España hay en el documento acreditando así los dos firmantes que entienden las relaciones entre las dos entidades, España y el País Vasco, como algo forzado por las circunstancias que, en consecuencia, hay que ir desmadejando hasta donde sea posible. Un extremo este que, de lograr la comunidad las competencias que restan por transferir, supondría la práctica ausencia del Estado en el País Vasco. Tercero, el acuerdo de los dos partidos traza una agenda política para la legislatura con la reforma del Estatuto de Guernica como asunto central. Y, obviamente, no para una reforma cualquiera. Si no supiéramos como se las gastan los nacionalistas aquí y allá, se disculparían las ingenuidades pero no es el caso. PNV y PSE han acordado promover un gran debate con todas las fuerzas políticas de la comunidad entre otras cosas sobre el derecho a decidir y la condición y el alcance del reconocimiento como nación. No es exagerado pronosticar que eso es sembrar de minas los próximos cuatro años en una comunidad en la que hay mucho dinamitero dispuesto a lo que haga falta por las obsesiones nacionalistas y, por supuesto, no es la primera vez que el propio PNV se desembaraza de socios constitucionalistas y se lanza al monte, Ibarreche y su plan son de anteayer. Y cuarto, sobre la convivencia y los derechos humanos el acuerdo destila la ambigüedad y la equidistancia con las que el PNV abordó siempre el terrorismo nacionalista. El de los suyos, al que ha aportado hace más de un siglo la gasolina intelectual y emocional sin la que hubiera sido un movimiento civilizado. Sin ella hubiera sido insostenible el mundo cotidiano de la Euskadi profunda y cruel que Fernando Aramburu pinta con realismo magistral en Patria. La ambigüedad y la equidistancia se mantienen en la agenda trazada con el melifluo lenguaje de siempre, enfatizando, por supuesto, las demandas en política penitenciaria con promesas de lo que llama políticas públicas de reinserción.

La Gestora socialista ha aceptado el acuerdo con la boca pequeña y porque no le quedaba otra. A este paso, además de explicarnos en qué consiste su apuesta federal tendrá que aplicarse en explicarnos la confederal.