Estoy convencido que durante las próximas semanas, el monotema de los correspondiente servicios informativos y columnistas de los distintos medios de comunicación, así como de los diferentes líderes de los respectivos partidos políticos, será hablar o escribir acerca de lo que cada uno opine sobre las declaraciones del Sr. Rajoy ante la Audiencia Nacional, en calidad de testigo.

En mi artículo de hoy, no quisiera cansarles con una opinión más sobre el mismo hecho, seguro que todos los lectores de la OPINIÓN tienen ya muy claro lo que les ha parecido el comportamiento del responsable del Partido Popular, o porque estaba presente el Fiscal General Anticorrupción, si no podía realizar ningún tipo de pregunta, o porque el Sr. Rajoy ocupó el lugar en el estrado que está reservado para el personal "togado".

No quiero escribir sobre ese acontecimiento único en la historia de la democracia internacional. Voy a referirme, si me lo permiten, a un hecho más mundano, pero no menos importante, en mi modesta opinión, por cuanto creo que es muy necesario que aprendamos de nuestra historia para que determinados hechos no vuelvan ni puedan repetirse.

Tengo la impresión de que cada vez que mencionamos la frase "guerra civil", la mayoría de las personas entienden como tal la guerra civil española, que aconteció en nuestro país durante los años 1936-1939, en virtud de la cual, al finalizar la misma, se alzó con el poder el dictador Francisco Franco y en el que se mantuvo hasta el año de su muerte en 1975. Con el fallecimiento del dictador, se restableció la monarquía en España, en la persona de Juan Carlos perteneciente a la Casa de Borbón, que reina en nuestro país, salvo unos cortos intervalos, desde hace más de doscientos años.

Si hacemos un pequeño ejercicio de memoria histórica, veremos que en nuestra España querida han existido varias guerras civiles, es decir, enfrentamientos entre los propios españoles que eran partidarios de uno u otro candidato a ostentar el poder en un momento determinado.

Entre esas guerras civiles, a mi modo de ver, más importantes, por lo que estaba en juego, serían:

-La guerra civil castellana, que se desarrolló entre los años 1475 y 1479 tras la muerte de Enrique IV (el impotente). En ese momento, se disputan el trono de los reinos de Castilla y León, su hija Juana la beltraneja (para un sector de la burguesía castellana era una hija ilegitima o bastarda, según se entendiese que era fruto de una relación por parte de madre extramatrimonial, o era fruto de un matrimonio que tenía que haber sido considerado ilegal por no gozar de la Bula papal correspondiente que les eximiese del cumplimiento del impedimento de consanguinidad a los esposos, ya que eran primos hermanos), y por otra parte, su hermanastra Isabel, cuyos partidarios no reconocían a Juana como hija de Enrique, y por tanto debería sucederle su hermanastra por ser el pariente más próximo en la línea de sucesión. Tras varios asesinatos por envenenamientos y ocultación del testamento otorgado por el propio Enrique, y que según Lorenzo Galíndez de Carvajal, fue destruido por el propio Fernando el católico y del que la propia Isabel tuvo conocimiento de su existencia cuando ya ejercía como reina, entregándoselo a su marido poco antes de morir. Por todo ello, todo hace indicar que en el mismo testamento se reconocía a Juana como hija y heredera de los reinos de Castilla y León.

La referida guerra civil castellana, finalizó con el Tratado de Alcaçobas, por el que Isabel, entre otras cuestiones, fue declarada y reconocida como reina de Castilla, se formalizó el futuro matrimonio ente su hija Isabel y el príncipe heredero de Portugal, Alfonso, y se tuvo que abonar una importante indemnización (oficialmente se hizo constar que era un pago por los reyes de España a Portugal en calidad de dote por el matrimonio de los respectivos hijos), de cien mil doblas de oro, que seguramente equivaldría a varios millones de euros en la actualidad.

Otro día, continuaré con la segunda guerra civil?