Para entender esta columna, hace falta un poco más que el texto. Les cuento los elementos adicionales, con los que completar el cuadro. La misma está escrita, una vez más, mirando al mar. Pero no en nuestras rías, ni siquiera en los balcones oceánicos que estos días se pueblan de visitantes, y que conforman espacios singulares de nuestra Galicia. Pónganle también, de fondo, un fado. Ahí sí que les estoy dando una pista...

Escribí estas letras en una breve estancia en el Algarve portugués, hace unos días. Pero en ese Algarve profundo e interior que busca la paz, la tranquilidad y la armonía, muy lejos de las colonias de vacaciones que lo han convertido, ya hace tiempo, en otro parque temático más. Me acerqué a uno de esos acantilados impresionantes, y allí pude contemplar el paisaje sereno, abordando este texto y otras cuestiones, sin que las horas pareciesen pasar. No lejos de allí, la algarabía y el bullicio contados en idioma inglés, que ha desplazado hace tiempo al portugués en ciertos enclaves, seguía su curso.

Pero esta no es una columna de viajes. Y es que mirando al mar, a sus formas nunca iguales, a sus idas y venidas contra una pared siempre distinta por los embates del agua, pensaba en el concepto de cambio y en su esencia. Quizá porque he tenido algunas experiencias con personas en las últimas semanas que me han llamado la atención sobre nuestra actitud -real y expresada- sobre el cambio, me he interesado una vez más por el mismo, y aquí lo traigo. Es el cambio, cantado por la siempre genial Mercedes Sosa. El cambio, que lo es todo para Heráclito, y que conforma una línea argumental constante en nuestras vidas. Un cambio que aceptamos o incluso preconizamos, pero que pocas veces entendemos como una herramienta verdaderamente eficaz en la búsqueda de soluciones a nuestros retos, tanto en lo personal como en lo profesional. Un cambio que permite estar atentos a oportunidades de mejora y, también, a los problemas que vendrán.

Hay quien habla del cambio con pasión y mucha energía, sin interés mayor en que nada mude. Una actitud que en España hemos conocido muchas veces en aspectos como el de la política, donde discursos de varias páginas conteniendo expresiones vacías y lugares comunes son desgranados, uno tras otro, independientemente del tiempo y del espacio. Por suerte para mí, conozco a alguna persona especializada en lingüística y, en particular, en análisis del discurso, y sus aportaciones sobre el particular nunca dejan de ser oro líquido. Ese es un buen campo, sí, donde todo se plantea como mutable hasta que el condicional del "cuando yo..." se transforma en responsabilidades concretas. Y entonces, al menos esa es mi experiencia, que humildemente comparto con ustedes, todos se parecen un poco más... Cambiar, para que nada cambie. Arriesgar poco. Y darle vueltas a la noria para que todo siga igual...

Soy de los que piensan que debemos arriesgar. Testar, para no perder la prudencia, pero ensayarlo casi todo. Buscar una sociedad más inclusiva, sin las alharacas y liturgia que acompaña a ciertos partidos, pero apostando fuerte por lo equitativo. Ganar en potencia y en seriedad. Introducir muchos más elementos de evaluación y de aprendizaje. Y tratar de definir una verdadera línea de acción hacia adelante, mucho más allá de los bucles de la estacionalidad y el mero paso del tiempo...

Cambiar, buscando el cambio en lo que va mal. Y manteniendo lo aprendido, que también es mucho y bueno. Tanto en lo profesional como en lo personal, me parece una buena fórmula de mejora continua. Y es que, cuando no se mejora, se empeora. No hay vuelta atrás...

Una vez miré el mar en el Algarve. Y pensé en ustedes y en cómo afrontar problemas enquistados en nuestra sociedad, porque los hay y porque son muy serios, bajo los oropeles de la publicidad y los discursos vacuos de éxito basado en lo de siempre. No me hagan demasiado caso... Al fondo, el fado ha dado paso a música alegre, portuguesa, como de verbena... Suave, el tiempo se ha detenido. Pero solo es un efecto de la armonía... El tiempo siempre sigue, impertérrito y ajeno a nuestras cuitas...