En el aula, una treintena de jóvenes de unos veinte años observan a la persona que se les pone delante. Las dos partes hacen un primer juicio con la actitud que por edad les corresponde: los alumnos con cierta indolencia y sin disimulo; la docente con más prudencia y el inevitable "una vez fui tú y estuve sentada ahí".

Es una escuela universitaria. Se supone que vamos a abordar una materia técnica, pero he recibido una petición singular: "Cuéntales qué es la administración pública, cómo funciona, qué es un funcionario y qué es un político, cómo se le elige, qué puede y no puede hacer. Deja que te pregunten".

Son parte de una generación escéptica que afirma con contundencia aquello en lo que no cree: la política, la justicia, la ley, la democracia? Algunos incluso formulan una terrible mentira que parece tentar al destino: "No podría irnos peor".

No son la generación mejor preparada, pero disponen de acceso a internet, que es un marasmo de verdades y mentiras, que hacen más necesario que nunca tener criterio para separar el polvo de la paja. Un criterio que solo se adquiere con una mezcla de mucha lectura, debate con gente de distinta opinión y buenas dosis de reflexión propia. Lamentablemente lo único que ofrecemos a los jóvenes para entender la política son, en el colegio, un programa de ciencias sociales aburrido, incompleto e inadecuado; y en el día a día, una suma de titulares con el último escándalo. No es extraño que muchos no crean en nada.

Un chico se ha puesto una camiseta que le sitúa en mis antípodas ideológicas. Hace alguna pregunta premeditadamente provocadora. No pico. Hoy hablamos precisamente de lo que permite a los diferentes participar en libertad. Los alumnos se sorprenden al explicarles cómo se pacta, los concursos para contratar, o de cómo el presupuesto vincula cada céntimo público con una finalidad concreta de la que nadie puede salirse. Les llama la atención el extremo control y el peso burocrático que conlleva. Me dicen que, hasta el momento, siempre pensaron que el político daba contratos y dineros libremente. Hablamos también de los que hacen trampas. Y debatimos: ¿por qué no valen lo mismo todos los votos?, ¿qué es eso de los aforados?, ¿por qué se necesitan asesores?, ¿para qué sirven las Diputaciones?

Para casi todos, es la primera vez que están en un foro en el que pueden hablar y hacer preguntas sobre cómo se toman las decisiones en su país, y de funcionarios y políticos que, en su inmensa mayoría, la simple verdad es que desean hacerlo bien. La política no tiene que ser esa ciénaga. Puede ser y a veces es, una oportunidad apasionante de servir y, con suerte, marcar una diferencia. Los antagonistas políticos no piensan de otro modo porque sean seres infectos. En democracia, los distintos partidos y sus puntos de vista son necesarios: la diversidad controla al poder, remueve la zona de confort e introduce nuevas ideas. Si se mira sin la acritud habitual, desde luego no está exento de belleza.

Nos queda mucho en el tintero. Les doy alguna pista y les conmino a ser críticos, informados y comprometidos. Terminamos hablando de mujer, liderazgo y maternidad. Varios chicos y una chica afirman que ellos jamás querrán tener hijos. Creo que ella sí lo ha meditado. Ellos no.

Ha sido una clase distinta y necesaria. Me gusta lo que he visto. Hay futuro.