Esta es una de esas noticias aparentemente intrascendentes. Un evento de tintes frívolos, destinado a ociosos y hedonistas. Ocurrió en Madrid el pasado viernes. La firma Yves Saint Laurent abrió en la calle Ferraz lo que ha bautizado como un hotel efímero. Cada habitación estaba dedicada a uno de los grandes productos de belleza de la marca o, dicho en el idioma de los amantes del culto al cuerpo, a los placeres beauty.

Si está usted pensando en hacer una reserva, no merece la pena que se apresure. La experiencia era tan efímera que hoy, cinco días después de abrir sus puertas, el hotel ya ha cerrado. Vivimos tiempos fugaces, de deslumbrantes fogonazos que se apagan en segundos, somos pasajeros -nunca mejor dicho- de un viaje a ninguna parte que se agota en sí mismo. La palabra griega efímero significa literalmente que dura un día, y es la que mejor define nuestro fugaz presente.

Esos acontecimientos que podríamos catalogar como "flor de un día" marcan la vida actual. En la manera de informarnos se aprecia el fenómeno con claridad meridiana. Contaba hace días el experto Sergio Rodríguez -creador de la influyente newsletter Ideas de Innovación Digital- que ha crecido un 842% desde 2016 el consumo de stories, es decir, formatos de información efímera para el móvil que se ven y desaparecen. Estamos próximos a ese futuro nada utópico en que nuestros medios de información se parezcan a aquellos mensajes entre espías que se autodestruyen nada más consumirlos. Pensar que hubo un día en que lo efímero era el periódico de papel, que al día siguiente se convertía en envoltorio para pescaderos.

Snapchat, Instagram y WhatsApp y Messenger se sitúan a la cabeza del nuevo estilo de comunicación. Ya verán como faltará tiempo a algunos gurús para inventar un nuevo género periodístico: el periodismo efímero. ¿Qué ventajas ofrece lo pasajero para gozar del favor del público? La más importante, sin duda, que no deja huella. Quién nos lo iba a decir, toda la vida intentando dejar rastro de nuestro paso, para acabar borrando nuestra estela.

Otra razón capital es que estas comunicaciones ya no son mensajes de texto, sino que se entablan a base de imágenes, el lenguaje utilizado por millenials y Generación Z, que, subraya el experto, "prefieren mostrar su vida a escribir sobre ella". Y, además, los individuos de este tiempo nuevo quieren dejar claro que lo que dicen no lo dicen para siempre, sino para el consumo inmediato. Es decir, cuando más fugaces los mensajes menos trascendentes, por no decir intrascendentes del todo.El visionario Ray Bradbury explica muy bien en Farenheit 451 cómo el ser humano se ha ido decantando hacia lo efímero. Lo hace a través del capitán Beatty, jefe de la brigada de bomberos encargada de flamear los libros. "El hombre del siglo XIX con sus caballos, sus perros, sus coches; todo en cámara lenta. Luego, en el siglo XX, se acelera el movimiento. Los libros, más breves; condensados boletines, tabloides? Todo se reduce a la anécdota, al final brusco".

Si Bradbury hubiera disfrutado un poco más del siglo XXI, habría comprobado que ya ni siquiera sirve el final brusco, porque ya no hay final. En nuestro afán de trivializar, el principio y el fin son simultáneos, una mera anécdota efímera.