Como saben, llevo ya unos cuantos artículos o bien aludiendo a una muy necesaria regeneración política y social en España, o titulándolos directamente así. Las líneas de hoy, que vuelvo a titular de igual manera, pero con mayúsculas, están inspiradas en los muy recientes cambios que han ocurrido en el Congreso de los Diputados, con el triunfo de la moción de censura presentada por el Partido Socialista y debatida anteayer y ayer, y que ha dado la Presidencia del Gobierno a Pedro Sánchez. Esta es mi opinión al respecto. Pasen, vean, y luego me comentan...

Miren, seré claro. Soy de los que ha defendido desde hace tiempo que no podíamos seguir así. Y es que el nivel de asfixia de la vida pública española, después del casi constante desfile de cargos de todo tipo del partido del Gobierno delante de los jueces ha sido insoportable. El nivel ya no solo de desafección de la política en muchísimas personas, sino de sentimiento de las mismas de absoluta quiebra en cualquier tipo de confianza en las instituciones, ha sido enorme. Y nos pasará factura durante mucho tiempo.

Es por eso que la moción de censura capitaneada por quien tenía que hacerlo, el líder de la oposición, era razonable, necesaria y yo creo que imprescindible. Otra cosa es que, efectivamente, la gobernabilidad a partir de ahora será compleja, muy compleja, por la fragmentación de la Cámara y por el pequeño tamaño relativo del Grupo Parlamentario Socialista. Pero soy de los que prefiere dificultades, por grandes que estas sean, a, directamente, el vértigo y el abismo del descrédito más absoluto. Y es que lo que teníamos hasta ahora, digan lo que digan, no podía permanecer sin ser tocado, inmune a lo ocurrido, en un escenario para lo público verdaderamente dantesco.

Me consta que tal punto de vista que ahora esgrimo, y que he sostenido en muy diferentes ocasiones anteriores, también es compartido sin fisuras por muchas personas con diferentes responsabilidades en el Partido Popular, que estaban exactamente igual de horrorizadas que yo y que ustedes, independientemente de que el guión -ay, el marketing político- dijese y aún siga diciendo otra cosa. Dicho de otra forma, que en el partido que ha sustentado al Gobierno también hay mucha gente decente y honesta, que quiere trabajar por los demás, y para la que todo lo ocurrido suponía una gran carga. Si a eso sumamos que la totalidad de los grupos parlamentarios -excepto el Popular- afeó al ya anterior Gobierno la situación creada, y que el nivel de crispación social ligado a tal cuestión era extremo, creo que la única solución posible era la que se ensayó y se llevó a cabo: era preciso romper el bucle y salir del entuerto con un nuevo Gobierno, tal y como ha pasado. Fíjense ustedes que nadie en Europa hubiese aguantado tanto tiempo atornillado a la silla, en tal contexto, como nuestro paisano el señor Rajoy. Y eso no es bueno.

Ahora se abre un nuevo tiempo. Difícil, reitero, pero donde habrá que intentar normalizar muchas de las cuestiones alteradas en estos últimos largos meses. La probabilidad de que la legislatura avance poco o incluso muy poco es enormemente alta. Pero lo cierto es que, en la situación anterior, todos los actores políticos y sociales daban la misma como absolutamente paralizada o, directamente, muerta. El tiempo de Rajoy y su Gobierno, independientemente de que siguiesen en la brecha o no, estaba agotado, y así lo expresó todo el antedicho arco parlamentario, excluyendo al Grupo Popular.

Este nuevo tiempo puede ser una oportunidad para comenzar, verdaderamente, la regeneración a la que aludo. Para poner el foco un poco más en las personas. Para tender la mano al diálogo en muchas cuestiones difíciles y enquistadas. Y para aprender, más que para pontificar. Para buscar consensos. Para dar ejemplo. Y para crear paradigmas nuevos, a la altura de los tiempos en que vivimos. No es fácil, no. Los intereses están muy encontrados, y los vetos ya han sido lanzados con sus puntiagudas flechas. Pero bueno... siempre nos quedará la posibilidad de adelantar las nuevas elecciones, que fue una opción que ya se barajaba justo ahora. Al menos, habrá la oportunidad de intentarlo, desde un absolutamente insoslayable e imprescindible borrón y cuenta nueva en el haber del Gobierno, de su relación con las Cortes, y de la vida política en España.

Ahora será el tiempo en que el Partido Popular, especialmente, podrá plantearse el abordar con mayores garantías y eficacia la tarea de regenerarse. Aún es pronto para ver qué pasará con los liderazgos en él, pero no les extrañe cualquier cosa. Lo importante es que todos los que aspiren a servirnos desde el poder, desde cualquier opción ideológica, estén lo mejor preparados posible, y lo más limpios. Y, si se avanza en ese sentido, también ganaremos todos.

La soberanía ha de residir en el pueblo. Y, consecuentemente, ya expresará el pueblo más adelante su opción, sea la que sea. Pero, mientras tanto, nos hemos sacudido una buena pátina de algo que no era bueno para nadie. Ni para los que estaban, que con el tiempo lo comprenderán aunque ahora no sean capaces de vislumbrarlo, ni para el conjunto del país. Ahora sólo nos queda desear suerte a los que empiezan, dar las gracias a los que se van, y desear que la política, de una vez por todas, se convierta verdaderamente en un instrumento para mejorar nuestras vidas. Las de todos y las de todas. Y no la de quien más tiene, más grita, más secretos atesora o más capacidad de influencia es capaz de desplegar.