Buenos días, señoras y señores, en este 20 de junio que despide a la primavera. Porque mañana, 21 de junio, comienza oficialmente el verano de 2018. Una fecha siempre especial, no cabe duda, y de la que en otras ocasiones les conté que, personalmente, guardo grandes recuerdos. Ya saben, cada uno tiene almacenados en la memoria momentos únicos, que se corresponden con jornadas especialmente felices, por diversos motivos. Y sí, el 21 de junio es, quizá, uno de esos hitos del calendario que me han dejado más y mejor huella desde la infancia. Lo recuerdo como un día mágico, de celebración familiar y de luz, de mucha luz y color.

Y hablando de verano y de felicidad, es evidente también que estos son días muy floridos y singulares también para el conjunto de nuestros escolares. Termina el curso, y se abre una estupenda ventana de ocio, de actividades diferentes a las del curso, y de descanso. Son días de vacaciones, con esa cadencia del tiempo tan única y especial de cuando eres un chaval, que por aquello de que lo que medimos no es el paso del tiempo, sino nuestra percepción del mismo, no se vuelve a repetir. Días grandes, pues, en todos los sentidos de la palabra.

Y ya que hablo de escuelas, déjenme que les cuente una cosa. Hace un par de sábados tuve la oportunidad de coincidir con un grupo diverso de profesores, al hilo de la presentación en A Coruña del libro Unha educación de premio, de Selina Otero, a la que acudí. Fue en la librería Moito Conto -qué estupendo espacio de cultura, en la céntrica calle de San Andrés-, y el evento se convirtió, naturalmente, en un espacio de expresión de diferentes experiencias, tanto por parte de la relatora como de diferentes profesionales involucrados en una educación comprometida y orientada, de alguna manera, a la excelencia y a la búsqueda de métodos diferentes, más o menos innovadores, para llegar mejor a nuestros escolares y, como dice la autora, emocionarles. Un lujo. Un verdadero lujo. Les puedo decir que disfruté con la experiencia.

La periodista Selina Otero logra en su libro glosar diferentes experiencias, todas ubicadas en Galicia, que combinan algún tipo de reconocimiento externo con distintas formas de innovación en áreas diversas. Desde un tratamiento original y planificado de la educación emocional, hasta realidades escolares en las que, por medio del cine, de la "clase invertida", de la oratoria o del deporte, se entretejen relaciones, contenidos y formas de dar la clase que colocan en el foco, como protagonistas, al alumnado. Muy recomendable conocer todo ello.

Con todo, salí del acto reforzado en el sentido de pensar que algo se mueve en nuestra educación, de la mano de personas verdaderamente interesadas en dar un giro a este ámbito. No es que no lo supiera antes, claro, pero de verdad que es vivificador el hecho de conocer las experiencias de la mano de muchos de sus protagonistas, confrontando sus problemas, ideas, luchas y particulares soluciones con las propias. Lo que está claro es que, desde luego, el camino se recorre andando. Y, si uno no empieza a caminar, a veces no tiene ni idea de por dónde van a ir los próximos pasos. Algo que se repite, indefectiblemente, en todas las vanguardias.

Tomen nota si les interesa. Como les digo, el libro es de Selina Otero. Está editado por Galaxia, y se titula Unha educación con premio. Un gusto haber compartido algo de lo previo con la autora y ese ratito de sábado con ella y con historias desgranadas por sus protagonistas, en vídeo o en persona, con el denominador común de querer educar mejor a los artífices de nuestro mañana. Y, ¿saben por qué lo digo? Porque estoy convencido, y esto ya lo expresábamos aquí mismo hace más de quince años, de que en la educación está la llave de un mundo mejor, y en su falta, la puerta a los problemas más terroríficos a los que nos podamos enfrentar como sociedad.

Como dice la autora en la dedicatoria con que, gentilmente, me obsequió, ojalá el libro ayude a muchos más formadores a tener ideas. Sí, añado yo, a crear y repensar su propio entorno, a la luz de las diferentes materias, y a saber conectar las mismas en una realidad única. A enseñar, sobre todo, a pensar. Y a saber poner esto al servicio de todas y todos para crecer individualmente y como grupo humano en marcha.