No sé si es que he tenido la oportunidad, en el instituto Ramón M. Pidal -Zalaeta- de ser discípulo del gran Víctor Miravalles, pero a mí la Filosofía me cambió la vida. Por ella -más que por otra cosa- quise estudiar Física, supongo que idealizando un poquito de más dicha maravillosa disciplina, y gracias a ella -y a él- estoy seguro que, de alguna forma, aprendí realmente a pensar. Luego vinieron más oportunidades, más cursos y mucho más en qué invertir el tiempo de las neuronas, sí, pero sin aquellos rudimentos, los primeros conceptos y la pasión puesta en juego por mi maestro, todo hubiera sido de otra manera.

Les cuento esto, queridos amigos y amigas, porque ahora parece que las altas instancias políticas se están decantando por darle de nuevo más cancha a la Filosofía. La verdad es que soy de los que se alegran de ello, sin paliativos. Porque creo que, bien dada -como todo en la vida- esa asignatura de Historia de la Filosofía, o similar, puede abrir grandes puertas en las posibilidades de la gente.

¿Empleo? No me sean ustedes reduccionistas. No solo empleo, aunque también. Pero, fundamentalmente, conocimiento. Forma de abordar los problemas. Planteamiento de las estrategias de pensamiento y de aproximación a la realidad a lo largo de la Historia. Pros y contras de cada forma de entender las grandes cuitas de las que ya hablaban los presocráticos y cuyas respuestas aún desconocemos. Todo ello vale mucho, muchísimo, y ese oro líquido, sin sacarle mérito a la cuestión de la empleabilidad -muy importante- es fundamental -pero requetefundamental- en el desarrollo de la persona.

Hoy, en otros contextos mucho más interesantes que el nuestro desde el punto de vista laboral y académico, se habla mucho de transversalidad y de Teoría de la Complejidad. En Harvard o Princeton, historiadores trabajan codo con codo con matemáticos y físicos, filólogos y sociólogos, tratando de interpretar la realidad. Y en lo tocante a la selección de personal, se busca eso. Personas diversas, con currículos extensos y diferentes, más allá del "sota, caballo y rey" y el consabido "¿cuántos años ha hecho usted lo mismo que ahora yo le voy a pedir, pero para la competencia?". Se buscan otras formas y otros paradigmas, imbuidos en una muy personal forma de abordar los problemas e interrelacionarse unos con otros.

Miren, este artículo está hecho en unos quince minutos. Quizá veinte, con la revisión. Y eso, al margen de que a uno se le dé mejor o peor escribir, tiene que ver mucho con la capacidad de ordenar las ideas. De decir lo que uno quiere realmente expresar. Y de entender qué es lo nuclear y qué lo accesorio en este y en todos los temas que nos ocupan y preocupan. A esto también ayuda -y mucho- la Filosofía. Y es que el interés, amor y gusto por la sabiduría, de forma anterior y transversal a cualquier otra disciplina, preparan para cualquier emprendimiento humano.

Vivimos en una realidad verdaderamente penosa. Nuestros referentes -o los que nos quieren imponer- están diseñados a medida de la industria que los patrocina, muchas veces sin grandes dotes o proezas, más que la recomendación que les acompaña. Y, al tiempo, se silencian y ningunean los logros que, en materias sensibles, algunas personas van obteniendo en su praxis profesional y personal. Se vive rápido, o se incita a ello, convirtiendo la existencia en una espiral de consumo e individualismo, desinterés casi patológico por todo y tendencia a la soledad. Y, en general, se piensa poco. No ya porque se lea poco o porque el conocimiento per se esté totalmente desacreditado, sino porque parece que pensar e, indefectiblemente, llegar a conclusiones personales, únicas e intransferibles, estuviese mal visto. Uno corre el riesgo de convertirse, así, en un bicho raro. O en un articulista empeñado en el bien común, por encima de filias y fobias, que viene a ser lo mismo.

Vivimos en un mundo donde faltan grandes dosis de Filosofía. Y de Latín, que nos enseña a abordar la ciencia con mucho mayor conocimiento de causa. Y de Matemáticas. Un mundo en el que, sin embargo, sobran referentes vacuos y polémicas sobre temas realmente absurdos. Vivimos en una etapa donde la escuela parece un castigo, o una actividad normalizadora, cuando la misma tiene la capacidad de hacernos volar con el espíritu, la imaginación y la inteligencia. Y a veces nos cuesta imaginar un mundo mucho más orientado a vivir bien en él, asumiendo en vez de ello mantras a los que muchos se rinden por repetidos, pero que son netamente falsos, y que no dejan de castrar nuestra capacidad de construir.

La Filosofía es el antídoto de la idiocia. Un primer escalón, también, en el noble propósito de intentar no tropezar infinitas veces en la misma piedra conceptual. Y un ingrediente imprescindible para hacerse las buenas y necesarias preguntas, aunque uno no pueda obtener respuesta alguna. Es por eso que sí, reitero, me alegro de la posibilidad de que nuestros estudiantes futuros se mezclen más con Hume, El Estagirita o Kant. Seres humanos como usted o como yo, pero cuya huella ha quedado presente para la eternidad a partir de las ideas que han sido capaces de formular y cristalizar, preservándolas para futuras generaciones. Para mí es el buen camino. Ahora solo falta que, como mi gran maestro, alguien lo cuente bien, estimule la búsqueda personal, desbroce el natural terreno farragoso de lo ontológico, lo físico y lo metafísico, y ese tiempo y esfuerzo no se quede, así, solamente en otro mero insumo para las ABAU, antigua Selectividad.