Tengan ustedes un buen día, señoras y señores! Espero que se encuentren bien y que este ratito de unas decenas de años del que disponemos se les esté dando de la mejor forma posible. Al fin y al cabo, de eso se trata. De intentar ser felices y, en tal empeño, hacer también felices a los demás. Creo, y se lo he dicho ya muchas veces, que ese es el verdadero secreto para tener una existencia dichosa...

Espero también que hayan vivido estos días de Difuntos y Todos los Santos exactamente como les haya apetecido hacerlo. Les cuento... Yo no soy de los que visita en estos días los cementerios -antes preferiría hacerlo en cualquier otra ocasión, que tampoco-, porque creo que lo más importante está en el recuerdo del día a día, en los afectos y en el amor real al que ya no está. Tampoco celebro ni Samaín ni Samhain ni Halloween ni nada de esto, foráneo o vernáculo. Ya les he comentado más veces que para mí la existencia es más una línea, donde cada día es único e irrepetible, que un ciclo infinito de fechas prefabricadas o estipuladas por otros, donde hoy toca esto y mañana aquello. No entro demasiado en estos ciclos repetitivos en los que se pretende convertir la existencia. Pero, obviamente, esto no quiere decir que respete profundamente otras formas de ver la cuestión, y me alegraré enormemente si ustedes me dicen que lo han pasado estupendamente en cualquiera de esas formas festivas que se prodigan estos días, o si han tenido un rato de recogimiento recordando a sus seres queridos, presencialmente, en el lugar donde reposan. Todo vale, queridos amigos, si es con cariño y buena fe. De eso se trata.

Para hoy he elegido un tema que tiene que ver con esta fecha y celebraciones y también con el mes en el que ya nos encontramos, noviembre. Un tema muy en boca de todos hoy y cuyo devenir me está dejando últimamente un tanto perplejo. Miren, hoy voy a hablarles de la exhumación de los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos. Y mi tesis es clara: si se le va a sacar de allí para enterrarle en la Almudena, no solo se estará metiendo la pata hasta el fondo, sino que también se generará un problema para los años venideros de difícil solución: un lugar de culto y hasta de peregrinación y conflicto para nostálgicos y antinostálgicos.

Todos los países modernos que han sufrido una dictadura se han esmerado en borrar los signos más evidentes de la misma, como forma de restaurar la convivencia. No les cuento lo que le pasó a Ceaucescu, por ejemplo, o a otros personajes parecidos. Pero incluso en Alemania hablar hoy de determinadas formas sobre su dictadura y su dictador es, directamente, delito. No se puede ensalzar la figura de Adolf Hitler, porque ello te puede llevar a la cárcel. En España, donde las cosas transcurrieron de forma diferente -con su parte positiva y negativa, claro está-, este es un tema todavía pendiente. Y hay algunos flecos de lo relacionado con Francisco Franco y el franquismo que no se han tocado lo más mínimo. Asumiéndolo y denunciándolo públicamente, sí, fíjense que yo soy un tipo bastante práctico para estas cosas, y creo que solo tiene sentido ahora abordar todo aquello que pueda aportar verdaderamente algo en términos de concordia y mejora de la situación creada en aquellos años de la transición.

El caso de la modificación del enterramiento de Franco es un buen ejemplo de ello. Exhumar sus restos del Valle de los Caídos y dar un sentido diferente a esa aberrante instalación, me parece bueno y hasta necesario. Pero si la maniobra va a servir para cristalizar un nuevo enterramiento nada más y nada menos que en la Catedral de Madrid, me parece una absoluta locura, una forma de crear un nuevo problema y un despropósito para quien tiene el mandato de abundar en el entendimiento entre los seres humanos, y no en fomentar fracturas. Llevar a una cripta en la catedral al máximo artífice de cuarenta años de privación de libertad, ni aporta nada ni está en sintonía con los valores que dimanan de la figura de Jesucristo, por mucho que se haya afanado determinado personal, en nombre de la religión, de distorsionarlos. No tiene ni pies ni cabeza hacerlo.

Cualquier persona, por bruta, despiadada o inconveniente que haya sido en sus años de vida, tiene derecho a un respeto cuando se muere. Cualquiera, y ahí reside la grandeza de sus víctimas y sus descendientes. Franco también. Por eso, para mí, lo lógico en este caso es que su familia, asumido un nuevo tiempo donde las dictaduras y los dictadores no molan lo más mínimo, recoja con dignidad sus restos y elija un emplazamiento en cualquier camposanto discreto que lo acoja, haciendo mutis por el foro de la escena pública y entendiendo que bastante generosa ha sido ya la salida a todo esto. Ya está, y no será la primera vez que pasa. Mussolini está en San Cassiano, enterrado por su familia. Salazar está en un cementerio de la parroquia de Vimieiro, en el mismo lugar que sus padres. Pinochet en Los Bolos (Valparaíso), en una capilla privada de su familia. El entierro de Videla se pactó entre la familia y la Justicia, sin ningún tipo de honores, y hoy reposa en una lápida sin identificar a su persona. Y así en un largo etcétera, con pocas excepciones. Lo contrario, seguir en la senda de los honores, los funerales de Estado, el boato y la complicidad de cualquier institución para marcar la diferencia, rompe, no une. Y eso, tal y como está hoy el patio, es el peor favor que se le puede hacer a la comunidad humana de este país.

Ah, y perdónenme la licencia del Pisuerga y el Valle de los Caídos... Es frase hecha, no se lo tomen como afirmado en el sentido literal...