Antes de conocer el desenlace del asunto Gibraltar en la cumbre sobre el Brexit de este domingo sólo cabe decir que, en efecto, conviene a España que con luz y taquígrafos, esto es, por escrito y con entera claridad, se garantice que nada pueda decidirse sobre el status de Gibraltar entre la UE y el RU sin el visto bueno de nuestro país en negociaciones con el Reino Unido del que sigue siendo una colonia. Si el Gobierno de Sánchez obtiene esa garantía habrá hecho sus deberes, lo cual no impide la sorpresa y la crítica por su cambio de opinión en semanas porque hace un mes declaraba que Gibraltar no sería un problema y que mantendrían la línea del gobierno Rajoy, al que ahora descalifican por su tibieza en el asunto. Así es, críticamente y con razón como le apoyan PP y C´s. ¿Cómo es posible que los servicios jurídicos del Estado, bajo dirección del Gobierno, no hayan detectado hasta tres días antes de la reunión del Consejo Europeo lo que ahora interpretan como una operación hecha por los negociadores del borrador de la Declaración política sobre las futuras relaciones entre la UE y el RU con nocturnidad y alevosía? Algo no se entiende en este enredo sobre un asunto tan viejo pero tan sensible, Gibraltar, que con harta frecuencia ha saltado a la actualidad cuando conflictos serios ocupaban a los ciudadanos y apretaban a los gobiernos de mucho antes y de antes. Nos importa mucho que la posición de España no se debilite, sino al contrario, en la UE y nos importa mucho, y a la UE, que Gibraltar no permanezca como paraíso impune ante tantas cosas. Nos importa mucho a todos.

Para lo que sí ha servido el enredo ha sido para evidenciar, una vez más, que Iglesias y los suyos juegan a otra cosa. A Iglesias le parecen "patrioterismos extraños" las políticas de reclamación de soberanía española sobre Gibraltar, en este caso dirigidas por el presidente Sánchez como en otros tiempos por todos sus predecesores, y han sido muchísimos en tres siglos, y no las va a apoyar. Es el mismo Iglesias que arremete día sí y día también contra la monarquía, el mismo que apoya el derecho de autodeterminación para todas las comunidades autónomas y que quiere, sin reservas, que lo del procés acabe archivado porque en su opinión nada ocurrió en Cataluña en los tres últimos años. Y también el independentismo juega a lo suyo y por eso rechaza el aviso de veto de Sánchez a la Declaración que el domingo debatirá el Consejo Europeo. Es su modo de hacer de menos a España y de alentar la existencia de Gibraltar.

Nada de particular tiene que Sánchez quite importancia, ni preste atención siquiera, a las posiciones de estos dos socios de investidura, porque es lo que ha venido haciendo a propósito de temas de más calado. El último, la rufianada en el Congreso, un asunto de más alcance que la grosera e insultante escenificación contra Borrell y el penúltimo las declaraciones de Iglesias advirtiéndole de lo difícil que es gobernar por decreto ley y con sólo 84 escaños. Sánchez necesita a sus socios de investidura y se ve obligado a consentirles todo. Al presidente acaban de criticarle el borrador de presupuestos generales que envió a Bruselas y a las críticas se han sumado la OCDE y el FMI. Eso y los demás tropiezos tienen a Sánchez en aprietos y atento a lo que suceda en unos días en Andalucía, pero esos son problemas de Sánchez a los que él ha contribuido desde su investidura. Nos importa mucho a muchos que lo de Gibraltar quede aclarado. También a Sánchez, aunque su veto tardío pueda sonar a recurso clásico en medio de sus aprietos.