En las últimas semanas han aparecido dos noticias aparentemente inconexas. En octubre, empezaron a partir hacia EEUU caravanas de migrantes de distintos países centroamericanos. Golpeados por la violencia y la miseria, su objetivo no era otro que el de mejorar sus condiciones de vida.

Por otro lado, la agencia japonesa Kyodo filtró que el Gobierno nipón quiere aumentar la edad de jubilación de 65 a 70 años, con el objetivo de promover el crecimiento? y paliar que Japón es el primer país donde casi un 30% de la población supera los 65 años.

Como señalan los economistas, un mundo envejecido y con menos natalidad presentará problemas a medio plazo (menos gente trabajando y sin aumentos de la productividad implicarán menores ingresos fiscales para financiar dos de las partidas más gravosas para cualquier gobierno: pensiones y sanidad).

Pero, además, el éxodo centroamericano o los intentos de la población africana para llegar a Europa muestran que la globalización acentuará los desplazamientos de aquellos que intuyan que mejorarán su bienestar (sobre todo, si la diferencia de PIB per capita entre zonas como Europa y el África subsahariana no dejan de crecer: han pasado de 7 a 1, en 1980 a 11 a 1, ahora).

Podríamos pensar que la aparición de Trump, Salvini, Orbán, etc., implicará un cierre de fronteras. Pero datos como el citado de renta per cápita o que la población africana supondrá el quíntuple de Europa Occidental, en dos generaciones, harán incontenible la presión. Y la solución no pasará por medidas natalistas (Francia no llega a dos hijos por mujer, siendo uno de los países más generoso al respecto), sino en imaginar medios efectivos de control, pero no de prohibición, ante la entrada de foráneos. Oigan lo que oigan en nuestras demagógicas campañas electorales.