Sánchez desde su investidura, moción de censura mediante, no ha dejado de hacer propuestas llamativas para rectificarlas poco después y de viajar por el mundo sin que sepamos bien los rendimientos de sus visitas, saludos y discursos aquí y allá. Pase esto segundo porque al parecer daño no hace y dejemos pasar también sus propuestas y sus rectificaciones porque ya se las recordarán los adversarios cuando lleguen las elecciones. Pero sobre todo dejémoslas pasar para que los árboles no nos impidan ver el bosque, para que el mucho hablar de Sánchez y sus ministros no nos oculte el que desde la moción de censura es su propósito único, aguantar en la presidencia hasta el final de la legislatura en 2020. Ese y no el buen gobierno es el propósito de sus propuestas y rectificaciones, de sus viajes, encuentros y discursos y el principal escollo es, obviamente, el conflicto con la Generalitat, no porque Sánchez tema que el independentismo pueda derribarle de la presidencia, una moción de censura es imposible incluso si la apoya también Podemos, sino porque sabe que en ese asunto se juega las próximas elecciones generales.

Sánchez anunció a finales de agosto un Consejo de ministros en Barcelona para antes de fin de año. Un Consejo con decisiones beneficiosas para Cataluña, claro está, como parte de la política de desinflamación iniciada a cambio del apoyo independentista a la moción de censura y continuada con el traslado de los encarcelados a Cataluña, los mensajes sobre el indulto, la rebaja de la calificación de rebelión firmada por la Fiscalía del TS a la de sedición pedida por la Abogacía del Estado, las muestras de disgusto por la prolongación de la prisión provisional, los encuentros con Torra, la mucha bilateralidad, las mejoras financieras y lo más serio, una irresponsable oferta de un nuevo Estatut para ampliar el autogobierno. Sánchez ha tratado de conservar con el independentismo las mismas buenas relaciones que le facilitaron la investidura para conseguir su apoyo a los PGE, pero el asunto se torció ante las exigencias y la deriva cerril de Torra y compañía que, ante la inminencia del juicio oral en el Tribunal Supremo, se sienten burlados por el presidente después de su prometedor discurso desinflamatorio durante meses. Sánchez se queda sin PGE, con el independentismo encabritado y, para colmo, le llegan los resultados en Andalucía y con ellos las turbulencias en su partido. Sánchez endurece ahora su discurso y escenifica la celebración del Consejo de Ministros como un acto heroico de autoridad que requiere del despliegue en Barcelona de casi 10.000 efectivos de las Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado en previsión de que la policía autonómica no pueda o no quiera mantener el orden público. El que iba a ser un Consejo de desinflamación se percibe ahora como una provocación tras meses de engaños y buenas palabras de Sánchez que en absoluto justifican las revueltas, los cortes de carreteras y las barbaridades que tengan lugar el 21 de diciembre pero sí que, en todo caso, ponen de manifiesto que Sánchez tampoco en este asunto sabe bien con quien se juega los cuartos ni comprende que los desórdenes públicos, al fin y al cabo nada infrecuentes por motivos varios y tratados siempre como corresponde, no son el problema sino sólo su expresión más ruidosa y noticiable.

Pasará el Consejo del 21 y seguirá la insurrección promovida por la Generalitat dentro y fuera de España hasta que un buen y firme gobierno del Estado agarre de verdad el toro por los cuernos. Que ya va siendo hora.