Buen miércoles deseo, como antesala de un buen jueves, viernes, fin de semana y el resto del año, a todo el que esté leyendo estas líneas. Ciertamente, podrán decir ustedes, qué fácil decirlo. Gratis y sin acuse de recibo, multiplicado hasta el infinito, si hace falta, sin esforzarse nada. Pues es verdad... Pero bueno, miren, el primer paso es hacer hincapié en ello, aunque no implique un mucho mayor compromiso. Tener la intención de saludar, cuidar y respetar. Si ni siquiera esto acontece -como tantas veces ocurre-, ¿qué más podemos esperar del otro?

Esa es la razón de que, empezando este mes de enero, lo quiera hacer con ese deseo de que todo vaya bien. Suelo decirles que, si les va a ustedes mal, entonces tarde o temprano me irá a mí también peor. Y es que los modelos de sociedad actuales, tan empeñados en ganar cuotas de individualismo por encima de todo, no caen en la cuenta de que hay una parte de la felicidad que está indefectiblemente anclada a la de los otros.

Y si no, que se lo pregunten a mis amigos de Ciudad de México, Ciudad de Guatemala u otras urbes donde -vía una gran inequidad- la inseguridad y la violencia son el pan de cada día. Algunos de ellos viven bien. Muy bien, incluso se puede decir. Increíblemente bien, incluso, en lo tocante a recursos y patrimonio. Pero tengan bien presente que todos ellos envidian un buen paseo, en lo cotidiano, por una infraestructura como el coruñés Paseo Marítimo, aquí al alcance prácticamente universal, sin mayor preocupación que la decisión de en qué heladería se van a detener. Y es que sí, la felicidad de los otros, la satisfacción de sus necesidades y su bienestar, también se traducen en nuestra tranquilidad individual y colectiva. Y, así como el ejemplo que les he puesto es un tanto primario, pero muy gráfico, les aseguro que son muchos los ámbitos en que, si hay más sonrisas, sosiego y bienestar a nuestro alrededor, mejor para todos. Y, más aún, para todas. Porque, recuerden, las mujeres son estadísticamente más vulnerables hoy, en una sociedad global en que serlo es sinónimo de tenerlo más difícil. Y esto es así, diga lo que diga quien lo diga.

Pero voy al tema, que me quedo sin espacio por extenderme en tales disquisiciones previas. Miren, hoy es un día especial para hablar de la sociedad y sus preocupaciones, retos y características. Y esto es porque tal día como hoy, un nueve de enero de hace dos años, fallecía Zygmunt Bauman, sociólogo y filósofo polaco. Ya hemos traído sus ideas a esta columna más de una vez, pero yo no me canso de hablar de ellas. Porque -y aquí vendría bien una reflexión en la línea de la Teoría de la Complejidad y el pensamiento de Sousa Santos y otros autores- a mí la idea de introducir el símil de las fuerzas de Van der Waals, que ligan las moléculas de los líquidos, a la hora de explicar cómo es hoy nuestra sociedad, me sigue pareciendo genial. Por eso la Modernidad Líquida, en la que las relaciones de hoy entre los constituyentes de las familias, las empresas, o los grupos de amigos, se evidencian como menos sólidas y más leves y cambiantes, me parece verdaderamente potente. Y, por eso mismo, en el segundo aniversario del fallecimiento de quien así lo planteó, vuelvo con este tema.

Ciertamente, la realidad es -para mí- hoy más líquida aún que la que pudo ver Bauman. El grado de virtualización y simplificación de la sociedad va en aumento, y todo también en aras de la consecución de una meta un tanto líquida en sí. Y es que, al margen de quien se ha hecho multimillonario hasta las cejas vía explotación de las nuevas facilidades, herramientas y paradigmas sociotecnológicos, tampoco tengo muy claro cuál es el grado de aportación real de novedades como la conexión permanente y la mundialización, habida cuenta de que nuestro sistema operativo -el personal, no el del teléfono móvil- no es capaz de gestionar de forma más o menos continuada y profunda más que unos pocos cientos de relaciones, ya siendo muy optimistas.

Así las cosas, yo hoy puedo estar conectado en cualquier foro o red con un individuo que viva en Kuala Lumpur o en Agra, pero desconozco prácticamente quién es mi vecino. Puedo trabajar en red con cualquiera -falacia que depende de mi posición socioeconómica de partida-, pero la extrema liquidez de mi relación con mi empresa y con las de los demás implica una vulnerabilidad inédita en sistemas más rígidos y convencionales, y que a veces daña y destruye. Ventajas tiene también lo de hoy, no me entiendan mal. Sí, una sociedad más líquida deja resquicios importantes para la libertad -a pesar de que la ministra de Bolsonaro siga insistiendo en que los niños han de vestir de azul y las niñas de rosa-, y se han conquistado derechos sociales, especialmente para las minorías, antes impensables. Pero también inconvenientes, porque si tal libertad es más indiferencia que cualquier otra cosa -respeto real- estamos ante el perfecto caldo de cultivo para, en un futuro próximo, ganar más aún en liquidez... O para reacciones viscerales y que niegan la mayor, en la línea de lo que está pasando en política en Europa entera.

Un caldo de cultivo ideal, no lo olviden, para ganar más liquidez o, incluso, ir más allá... Porque no olviden que el siguiente estado de agregación de la materia, en términos de menor conexión entre las moléculas individuales, es el del gas. El mismo, con forma y volumen variable, ya no es líquido, sino que va mucho más allá. Una sociedad gaseosa tendería a la máxima expansión, al máximo desorden -criterio entrópico- y muy poca interacción más. Y, saben... quizá esté intuyendo ahora que el fascinante concepto de Modernidad Líquida quizá se quede un poco escaso en el medio plazo, tal y como van las cosas... ¿Modernidad Gaseosa?, parafraseando a Bauman. Miedo me da... Porque eso me suena aún a precuela de Mad Max... Sí, cine distópico de George Miller, 1979, en un marco de ausencia del Estado y caos social. Puro gas...