Termina la minilegislatura mal, como empezó, y con los malos modos exhibidos por Sánchez en esa comparecencia sin preguntas, en realidad un mitin electoral de autoalabanzas y ataques a la oposición más que el sobrio acto de comunicación institucional que cabía esperar. Para ese corto y estéril viaje no se necesitaban alforjas, ni censura. Ha gobernado con decretos-ley, ¡25 en ocho meses!, esas normas para casos de urgente y extraordinaria necesidad que excluyen al Senado en la tramitación y votación, y se aprueban con mayoría simple del Congreso. No le aprobaron sus presupuestos y ha vivido de los de Rajoy quien le dejó una economía, como afirmó Calviño en su toma de posesión, con buenas perspectivas y un crecimiento sólido a partir de la cual Sánchez ha podido aumentar el gasto social en la línea ya prevista, más sensatamente, por Rajoy. Y en cuanto a sus políticas de apaciguamiento del independentismo, qué decir, Sánchez ninguneó al Tribunal Supremo y ha soliviantado al nacionalismo español hasta el punto de fortalecer a Vox en Andalucía, tal y como dijo Susana Díaz reconociendo que Cataluña había estado presente en las elecciones. Con esas políticas Sánchez ha contribuido, y en qué grado, a enfadar seriamente a su partido, a sus barones y alcaldes, a no pocos dirigentes y a la vieja guardia, por supuesto. Y ha irritado a los propios independentistas que un día creyeron en él, le votaron en la moción de censura y luego le brindaron apoyo a los presupuestos hasta que constataron sus incumplimientos. Sánchez disuelve las Cortes y convoca elecciones sin reconocer su fracaso. Quiso, eso dijo, la censura para convocar elecciones y recuperar la normalidad institucional. Las que ahora convoca forzado no son las prometidas hace ocho meses y no tenía sentido recuperar la normalidad institucional porque no se había perdido. Lo dicho, una minilegislatura estéril que da paso a nuevas elecciones con una oferta electoral más fragmentada todavía y de resultados inciertos. En el espacio de centro derecha compiten tres partidos, en la izquierda dos, con un Sánchez que ahora se dice de centro y moderado, somos la izquierda decía gallito hace unos meses y un Podemos y confluencias deshechos. Además los independentistas, los dos partidos canarios y atentos a Actúa, el partido fundado hace un mes por Gaspar Llamazares y Baltasar Garzón que viene "a sumar desde la pluralidad" y puede dar la sorpresa. Si estas elecciones sirven para una recuperación visible del bipartidismo aún habrá esperanzas. Si persiste la fragmentación solo quedará confiar en las instituciones.

Comenzó el juicio a los independentistas y se confirman dos cosas: que en España funcionan la democracia y el poder judicial y que los acusados no saben por qué están allí sentados, alguna ilegalidad todo lo más. Sostuvieron lo primero con firmeza y razón los fiscales. Muy bien. Sostienen lo segundo catedráticos de derecho penal que ven, como los independentistas, desobediencia pero nada más. Afortunadamente los magistrados de la Sala II del TS solo son jueces y muchos ciudadanos esperamos que algo más estimen probado en el cúmulo de disparates que componen el procés que tuvo en vilo al Estado y a los españoles durante varios años y a la UE también en los últimos meses de 2017. Algo más encaminado a los fines de declarar la independencia de una parte del territorio nacional y derogar la Constitución que es lo propio de la rebelión y que es mucho más grave que impedir la aplicación de las leyes, el cumplimiento de sus funciones a la autoridad o el cumplimiento de las resoluciones judiciales, que es lo propio de la sedición. Algo más que una simple ilegalidad o una desobediencia.