Parecen los partidos de nuestro ruedo ibérico dispuestos a poner a todo el mundo firme: unos, a quienes hicieron el favor de incluir en sus listas; otros, como Vox, a lo que parece, al resto de los españoles.

Premian unos y otros la lealtad, la adhesión al líder, a quien los colocó en los puestos con posibilidades de ocupar algún escaño, y lo anteponen a todo lo demás: capacidad, empatía, representatividad.

Han hecho algunos lo que algunos medios califican de "fichajes mediáticos": cuenta más el haber salido con frecuencia en las tertulias de TV, cuenta más el desparpajo que el aburrido trabajo en el partido y con la gente.

En su búsqueda de personajes famosillos o conocidos del gran público y que capten por lo tanto inmediatamente la atención de los votantes se ha optado incluso por algún periodista.

Algún informador, esto es, seducido por la misma formación política sobre la que informaba al público y que ve así premiada su labor. Hay incluso periodistas que han leído con entusiasmo los patrióticos manifiestos de algunos partidos. ¡Así estamos!

Vox, el partido más a la derecha de nuestro espectro político, ha nombrado por su parte a generales retirados, todos ellos nostálgicos, a juzgar por algunos de sus pronunciamientos, de la dictadura franquista.

Sus candidatos hablan ya de prohibir a los partidos independentistas y de extrema izquierda. ¿Propondrán también rebautizar las calles y plazas de España con los nombres que eliminó la democracia?

Otro partido, supuestamente más centrista, no es partidario de tolerar manifestaciones de independentistas en la capital mientras que un tercero, que presume de liberal, rechaza todo pacto con quienes han traicionado a España dialogando con aquellos.

Así está últimamente el patio: algo que hemos de agradecer primero a los intolerantes separatistas y, en segundo lugar, a la incomprensible inacción de un Gobierno que prefirió mirar para otro lado y dejar irresponsablemente que en su lugar actuara la Justicia.

En la campaña electoral que se nos avecina, se seguirá hablando hasta el aburrimiento del intolerable desafío catalán, de la necesidad de dar un escarmiento a los "golpistas", porque eso da votos y permite no tener que hablar de lo demás.

Y en medio de tanta confusión, que se encargarán de aumentar el bombardeo de las redes sociales, ¿qué importarán los programas, que nadie se ocupará siquiera de leer porque la atención de muchos ciudadanos no da últimamente más que para un tuit?

¿Cuántos electores potenciales estudiarán las propuestas de los partidos „si es que las tienen„ para combatir el desempleo y la precariedad laboral, para garantizar el sistema de pensiones, acabar con los desahucios o reducir la creciente desigualdad?

¿Cuántos se fijarán en lo que dicen „si es que algo dicen„ sobre política económica y fiscal, sobre economía verde o defensa del medio ambiente, sobre formación, investigación y desarrollo, sobre digitalización y demás desafíos del siglo XX.

¿Para qué leerse un programa si para convencer a alguien basta un tuit o un simple eslogan?