Eso es más que odio. Me refiero a la matanza de fieles musulmanes en Nueva Zelanda. O al intento de incendiar un autobús lleno de críos en Italia para protestar contra determinada política. Y muchas más acciones de similar estilo ocurridas en Nigeria, Noruega o Madrid, sin ir más lejos, recordando aún el aniversario del aquel trágico 11 de marzo del 2004 con el atentado de Atocha. Eso no es solo odio, es terrorismo hostigando a la sociedad con crímenes indiscriminados y, por parte del criminal, opino que es estar mal de la cabeza, estar pirado del todo. Distinto ha sido el recuerdo de los 9 seminaristas mártires de Oviedo, chavales entre16 y 24 años, beatificados el 9 de marzo pasado, siete de los cuales fueron asesinados en los aciagos días de la revolución proletaria del 34 y otros dos en plena guerra civil en 1937. Aquí no se trataba de personas indistintas sino de jovenzanos que vestían unas sotanas, que residían en un seminario preparándose para el sacerdocio, y que mueren inocentes, aquí sí por auténtico odio a la fe católica. Por eso su memoria y sus nombres perduran, y a ellos se recurre, ahora que ya gozan de la beatitud celestial, en petición de favores.