De un máximo de 21 días de campaña electoral en 1985 pasamos a 15 por la reforma de la LOREG en 1994. Bien, porque llevamos tres años largos de turbulencias políticas: elecciones en diciembre de 2015; en 2016 investidura fallida de Sánchez el 1 de marzo, disolución de Cortes en mayo; elecciones en junio, investidura de Rajoy en octubre; en 2017 en Cataluña ruptura de la CE, declaración de independencia, aplicación del 155, disolución del parlamento y destitución del gobierno; censura a Rajoy y toma de posesión de Sánchez el 2 de junio de 2018, rechazo a los presupuestos en febrero de 2019, disolución de Cortes el cuatro de marzo, elecciones generales el próximo 28 de abril y en mayo europeas, locales y autonómicas. Nos llegaba con siete días porque seguirla con interés se hace muy cuesta arriba hasta para un adicto como soy que ha seguido atento desde junio de 1977 muchas campañas a muchos partidos y en distintas elecciones. Pero hay otra razón más seria y general. Nos merecemos ya una legislatura completa estable y de buen gobierno, sin sobresaltos ni incertidumbres. Nos la traería una coalición centrada y bien articulada de socialdemócratas y conservadores pero no la veremos y por eso el mal menor me parece una mayoría de centro derecha que asiente la labor económica que Rajoy empezó y no le dejaron consolidar, y que recupere el funcionamiento constitucionalmente ordenado del Estado autonómico. Pero para eso hace falta una campaña que explique con datos y pisando la realidad, no pisoteándola, los errores pasados y las necesarias rectificaciones. Nada que ver con el concurso inaguantable de ofertas, promesas y cuentos chinos que empezó en marzo con la disolución de las Cortes y seguirá hasta las elecciones de mayo. Un maratón que augura, ojalá me equivoque, una repetición de la jaula de grillos en el Congreso.

Mucho se ha escrito, sin llegar a evidencias irrebatibles, sobre la influencia de las campañas en el voto. Están, estamos, los que decidieron el voto meses ha y, salvo revelación o descubrimiento impactantes, lo depositarán en la urna tal cual. Los que deciden a última hora si se abstienen o votan a Juan o a Juana por consejo del vecino, la jefa o el tertuliano sabelotodo. Y los hay que votan convencidos de que se cumplirán las promesas del candidato si llega a la presidencia, ¿cómo va a ser que no? Cada votante es un misterio, pero lo que es de una claridad meridiana es que con las rebajas de impuestos y los aumentos del gasto que nos prometen unos y otros, las cuentas no salen. Rajoy dejó la economía mejor de lo que la encontró y por eso aguanta mejor que otras pero, de ahí al fiestón para todos, va un abismo. Antes pagaba Europa, ¡ahora los del IBEX 35!. De Sánchez inquieta su silencio de mal agüero sobre Cataluña y es censurable su rechazo a debatir con Casado, el candidato del primer partido en las Cortes. De Iglesias aburre su facundia inane e indigna su cinismo de revolucionario, feliz en su espléndida casa mientras le abandonan sus antiguas confluencias. La campaña rotunda y simplista de Vox enfervoriza a quienes no entenderían por qué, si llega a presidente, no va Abascal a acabar con las autonomías, a imponer el amor a la España eterna o a protegernos con una S&W. ¿Quién se lo impedirá? Si con la CE, como quiere Rivera, se explican la separación de poderes y los controles sobre el gobierno obligados en una democracia, entenderán los enfervorizados que ni Abascal con mayoría absoluta lo puede todo y que lo mejor suele ser enemigo de lo bueno. De Casado celebro que se sosiegue, que explique y sonría. Aznar se enfada, riñe y asusta mejor. Bien su fichaje?pero para jugar en la otra esquina del campo.