La imagen de Pedro Sánchez parecía perfecta. Sabe lo bien que le funciona, sobre todo su andar, con los muelles en los pies de los baloncestistas negros, pero tampoco le va mal la sonrisa descapotada y su forma acogedora de acercarse y saludar con la seguridad de ser bien recibido de los guapos.

Solo un tío tan ineludiblemente apuesto acepta un cartel electoral que le desfigure con un blanco y negro, unas luces y un gesto que funcionan como el Photoshop del mal, como el filtro Ugliness del móvil de Satán. ¿Por qué ese cartel? Crece la sospecha de que quiso simular la foto del carné de conducir, para reforzar su imagen de hombre capaz de pilotar el país. La foto del carné de conducir refleja la que tiene el conductor cuando lo para Tráfico.

En el debate que no lo fue „y que ni siquiera fue a cuatro„ se identificó más que nunca lo que le ha fallado siempre y ni él ni sus asesores son capaces de corregir. Le falta un cuarto de sonrisa. Pese a que no se amilana en la adversidad „como demostró su resurrección de una muerte violenta en el ámbito doméstico„ Sánchez no encaja bien los golpes y cuando recibe se le desencaja el gesto. O abre la sonrisa hasta los molares o se le cae la mandíbula en una expresión vecina del miedo y de la ira. Le falta un soslayo irónico tranquilo que devolver a sus adversarios, sobre todo si se ha de enfrentar a un borde de tan alta precisión como el despectivo Albert Rivera.

No es tan fuerte en el sonido. La voz tiene un hálito hueco, en consonancia con algunas de las cosas que dice, y la dramatiza demasiado en algunos tonos. Una voz más profunda le caería como el traje, pero no parece que contenga nada hondo el líder socialista. Memoriza bien, pero no parece saber más de lo que dice ni de lo que calla.