Decidir cuál de los cuatro jefes de fila „Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias„ ha ganado el tándem de debates tiene sentido. Pero cuál es este depende de lo que pensemos que han sido esos rifirrafes de último momento de la campaña electoral. Si se reducen a un entretenimiento para disfrute de curiosos que ya tenían decidido su voto cuando los cuatro contendientes hicieron el paseíllo hacia el plató, habrá merecido la pena quedarse ante el televisor siquiera para poder concluir cuál es el papel que cada candidato estaba dispuesto a asumir. Se diría que quienes más incendian los mítines optaron por presentarse como la imagen misma de la moderación, al menos en el primer debate. Que quienes desprecian a todas luces la Constitución se agarraron a ella como si fuese la Biblia. Y que los usualmente mansos sacaron las garras. Ese ejercicio de travestismo estaba destinado a convencer a los indecisos pero no estoy seguro de que los asesores de campaña tuviesen en cuenta en qué medida a los convencidos por los ropajes habituales el disfraz les puede haber llevado a que cambien el voto.

Supongamos, no obstante, que de eso va, que los debates no eran pan y circo y se trataba de sacar de ellos la idea que tiene cada partido „menos Vox„ de lo que ha de ser la legislatura que viene. Siendo así, el espectador, con su voto decidido o no, se habrá visto frustrado porque si había algo que se negaban los candidatos a enseñar era precisamente eso, su opción de gobierno. Incluso Iglesias, insistiendo en que iba a explicarnos como a colegiales lo que es un programa de izquierdas, no dijo lo más importante, cómo cuadraría sus cuentas y cómo resolvería el conflicto catalán, más allá de recurrir a los mantras de la política social y el diálogo.

Con lo que nos quedamos como estábamos: a las puertas de las elecciones y sin saber qué hacer. Añadiendo la sensación bien preocupante de que a los cuatro candidatos les pasa lo mismo: no saben a qué quedarse. Bueno; en realidad a tres de ellos, que la pedagogía de Iglesias enseña de forma escandalosa el plumero, pero en la medida en que resulta impensable que vaya a ganar las elecciones „ni siquiera con una mayoría relativa„ las dudas, tras los debates, abundan aún más. Quizá porque la decisión de la Junta Electoral de apear a Vox de la pugna televisiva nos ha impedido contemplar el abanico real. Los diarios digamos conservadores advierten de continuo que Vox puede hacer presidente a Sánchez al dividir el voto de la derecha. Mañana lo sabremos pero si es así, si gracias a Vox hay un empate virtual en votos entre derechas e izquierdas, pero con el Congreso diseminado en grupos incapaces de sumar mayorías razonables. Como la coalición menos salvaje, la del PSOE con Ciudadanos, parece ser imposible, la legislatura que viene puede dejar el espectáculo de los debates en marionetas para niños. Igual terminamos por añorarlos.