Escribo cuando aún quedaban flecos para conocer con exactitud los resultados definitivos de ayer y poca tela que cortar para saber quién será investido presidente por el Congreso y qué gobierno formará pactos mediante o en solitario. También está claro lo del Senado. Vivimos desde diciembre de 2015 un tiempo de inestabilidad política, elecciones en esa fecha con investidura frustrada, elecciones en junio de 2016 con investidura y toma de posesión de Rajoy el 31 de octubre de ese año, moción de censura en mayo de 2018, investidura de Sánchez, disolución en marzo de 2019 y generales ayer, 28 de abril. Y para no aburrirnos, el procés. Por eso, por los tres años largos de inestabilidad que llevamos nos conviene ahora lo contrario, toneladas de estabilidad y de buen gobierno que los resultados no anuncian.

He venido afirmando en columnas anteriores que el del modelo territorial con sus efectos colaterales debería haber sido el asunto central en la campaña y que lo será en la legislatura que empezará en semanas. No desprecio la importancia de la economía, la fiscalidad, la inmigración, las pensiones, la eutanasia, la seguridad o las relaciones exteriores pero entiendo que todos ellos resultan seriamente afectados por las tensiones que provoca un modelo urgentemente necesitado de un cierre definitivo en su configuración y desarrollo, y de un discurso integrador, nacional, capaz de compensar el discurso excesivamente centrífugo y desintegrador de tantos años. Sin embargo, y aunque no ha sido objeto de los debates centrales de la campaña, a juzgar por los resultados de ayer seguro que ha sido el motivo determinante del voto de unos pero no el de otros.

Sin duda lo ha sido para los votantes del centro derecha y para los de los partidos independentistas pero no para los del PSOE y Podemos a los que, sin duda también, ha movilizado principalmente el interés en impedir el gobierno de los primeros.Con una participación muy alta, síntoma evidente del carácter decisivo que las elecciones han tenido para todos, los resultados acreditan, más allá de las evidentes subidas y bajadas, éxitos y fracasos, que a una mayoría holgada de votantes, PSOE y Podemos, no les inquieta lo que pueda suceder con el modelo territorial y que consideran que el asunto de Cataluña se cierra con las sentencias del TS.

Mucha más importancia han dado a impedir un gobierno de centroderecha y lo han conseguido con apoyo en la investidura del PNV y ERC. Quienes, en cambio, compartían una gran preocupación por el futuro del modelo territorial seguirán con ella y la aumentarán, si cabe y a mi juicio, con toda la razón. No hay sorpresa porque sería la primera vez que la división de un proyecto político en tres opciones resultara premiada por los electores.

El centro derecha ha cosechado lo que sembraron, el fracaso de sus candidatos y la decepción de sus votantes. No se entendería que Casado, Rivera y Abascal mostrasen un gramo de satisfacción porque sus resultados de nada sirven ni a su objetivo principal ni a los otros. Unos malos resultados globales que me impiden cualquier optimismo para la legislatura. Me gustaría equivocarme.