Apenas digerido „o en su caso, atragantado„ el marcador final de las últimas generales, se acercan ya nuevas elecciones de alcance municipal, regional y europeo. Salvo la Jefatura del Estado, aquí lo votamos todo; y más que nada, nos divertimos.

Las más simpáticas, aunque las menos determinantes, son las europeas. Hay una extendida convicción de que en ellas no se decide nada de importancia, lo que lleva a los electores a experimentar con su papeleta, como si fuera gaseosa. De ahí que obtengan inesperadas cuotas los partidos animalistas, los ecologistas y hasta los piratas, que tienen en la alemana Julia Reda a toda una vicepresidenta del Grupo Verde.

En el batiburrillo de la Eurocámara hay sitio también para un Partido de la Familia, que defiende el derecho al voto de los niños, siempre que vayan al colegio (electoral) acompañados por sus padres o tutores. Familia que vota unida, permanece unida.

Más curioso aún es el caso de El Partido, a secas (Die Partei, en su original alemán), que viene siendo la obligada abreviatura del Partido para la Protección de los Animales, el Fomento de las Élites e Iniciativas Democráticas de Base.

Su propósito, de fácil adivinación, consiste en parodiar la política con un programa que incluye la creación de una cuota de vagos, un sueldo mínimo de un millón de euros y la construcción de un muro alrededor de Suiza. Con tan imbatible oferta, sorprende que solo obtuviese un escaño en las últimas elecciones al Parlamento de Estrasburgo.

Son propuestas de difícil concreción, en todo caso, dado el carácter ornamental de la Cámara Europea. Las decisiones de calado se toman en Berlín, previa consulta a París; y poquísima o ninguna influencia tienen en ellas los teóricos depositarios de la soberanía de Europa, más bien inexistente.

Conscientes de ello, los partidos tradicionales suelen presentar en sus listas a los políticos que les van sobrando. Inevitablemente, eso convierte al Parlamento continental en una especie de cementerio de elefantes que, para compensar, están pródigamente retribuidos. Un quinquenio de legislatura le puede arreglar las finanzas y, en general, la vida, a los afortunados candidatos que obtengan escaño con derecho a percibir hasta 16.000 euros al mes entre sueldo, dietas, complementos y otras regalías. Y eso en el caso de los eurodiputados españoles, que no son los que más cobran.

Todo esto confirma la vieja idea de que Europa es un gigante económico y, a la vez, un enano en términos políticos. Tan poco atractiva parece la UE que, hasta uno de sus socios de relumbrón, el Reino Unido, ha optado por marcharse en el convencimiento de que no desea formar parte de un club que le admita como socio. Ahora, los británicos se han hecho un lío con el Brexit, pero eso es lo que pasa con ciertos amores contrariados: no se puede vivir con ellos, pero sin ellos, tampoco.

Europa es a fin de cuentas una abstracción: un concepto amalgamado de oficinas, subvenciones, reglamentos y programas agrarios que difícilmente podría suscitar no ya el entusiasmo, sino el mero interés de los votantes. En lógica consecuencia, los electores aprovechan para jugar y hasta gamberrear un poco con su papeleta, en la seguridad de que nada va a decidir. Puede que sea un acto inútil (y de ahí la alta abstención); pero a cambio nos da la oportunidad de pasar un buen rato. Más no se puede pedir.