Tengan ustedes buen día. ¿Qué nos aportan las llamadas "redes sociales", mucho más allá de una banalización de las relaciones entre las personas, incuestionable, y la promesa de mantenernos en contacto con seres a los que queremos, a pesar de las distancias? Les aseguro que no es una pregunta con trampa, en el sentido de que yo ya tenga una respuesta. En absoluto. Todo lo contrario: en realidad, es una cuestión pensada en voz alta, abierta, que me lleva rondando tiempo la cabeza, y en la que la respuesta que obtenga marcará mi comportamiento „probablemente, mi ausencia total„ en las mismas durante los próximos años. Por cierto, déjenme introducir el matiz de que, en este artículo, me referiré al uso de las redes desde un punto de vista personal, no al ligado a la comunicación de productos y servicios o publicidad.

Les cuento, últimamente ni siquiera vuelco mis artículos de prensa en tales redes, o lo hago muy de vez en cuando. Y hace mucho tiempo ya que en las mismas no escribo sobre ninguna otra cosa. Sobre algunos temas, aún publicaba antes algo. De otros, más dirigidos especialmente a personas concretas, jamás. Y es que creo que hay que saber separar los mensajes y a sus interlocutores. ¿Ustedes no? Pues a mí sigue asombrándome hoy el enorme plantel de declaraciones de amor y desamor personalizadas, así como de hechos singularmente íntimos, incluyendo todo tipo de riñas y desavenencias, que trufan un muro que creo que no es el más adecuado para ello...

He visto Florencia, Addis Abeba o Nueva York mil veces, a través de las fotografías, mejores o peores, de muchos de ustedes. Ni qué decir tiene que las veces que allí he estado, probablemente nadie ha visto alguna foto mía que, por otra parte, se cuentan con los dedos de la mano. Y es que soy de los que prefieren vivir intensamente un lugar que hacer un enorme reportaje fotográfico para contarlo. No digo que por eso sea mejor o peor, pero sí afirmo que ese es ya un comienzo de posicionamiento claro sobre este fenómeno del siglo XXI, que creo que hoy está empezando a ser superado, y que en su momento deslumbró por su novedad. Alguien llegó a decir que, si no estás en redes sociales, sencillamente no existes. Seguramente tenga razón pero, ¿les soy franco?, quizá no me interese ese tipo de existencia...

De lo último en todo este mundo, que tiene una derivada oculta „y que llega a lo inquietante„ en toda la ingente cantidad de información que los administradores de dichas redes obtienen así de nosotros, y que les confiere unos beneficios verdaderamente milmillonarios, son los retos. ¿Se acuerdan del "legado del Tibu"? Parecía que, si rompías la cadena en esa o en la miríada de propuestas similares, le hacías un feo a alguien. Yo, les confieso, como quien oye llover. Nunca me he movido bien en territorios impuestos...

Y lo actual, disfrazado de test de inteligencia, de naturaleza asertiva o emocional, de mentalidad analítica o de lo que quieran ustedes, los colorines, las zapatillas, los vestidos dorados y demás zarandajas parecidas... Argumentos peregrinos y ciertamente simplones para revestir la mirada ante lo que puede ser una ilusión óptica, una mayor sensibilidad a un tono u otro de luz, o a diferentes iluminaciones de un objeto. Todo prescindible, por supuesto, pero que arrasa a velocidad de vértigo. Estoy seguro de que a ustedes les ha pasado lo mismo que a mí, que me ha llegado la cuestión por siete caminos distintos, pese a ser ciertamente poco activo en cualquier forma de comunicación cibernética.

Colorines virales, pues, como digo con escaso interés de cualquier índole, pero con un ingrediente que, en cambio, me interesa muchísimo. Y es que daría bastante, se lo aseguro, por poder medir con cierta precisión la velocidad de transmisión de tal tipo de fenómenos virales. Y es que las ecuaciones diferenciales que rigen este proceso, el de propagación de una determinada epidemia, o los bulos a los que los ingleses llaman fake news y que se han adueñado de lo electoral a escala global, son esencialmente las mismas. Y sí, la viralidad me interesa, pero como objeto de estudio y análisis. ¿Por qué? Pues porque comprendiendo mejor sus entresijos, modelizando mejor las variables sociológicas que están detrás de todo ello y sacando conclusiones, seguramente podamos conocer mejor a nuestra sociedad, y cómo llegar verdaderamente a ella.

Porque, no se engañen, hay cuestiones en las que sí es urgente incidir pansocialmente. Elementos que nos interesan a todos y cuya presencia o ausencia en nuestra agenda común marcarán, de largo, cuál será la sociedad que nos toque vivir a medio plazo. Y, sobre todo, la que le dejaremos a los que vienen detrás. Y para eso, para propagar valores respetuosos entre nosotros y con los demás, para hablar de la importancia de mimar al medio en el que vivimos, para hablar con criterio sobre nuestros modelos de consumo, para potenciar cualquier forma de acercamiento al conocimiento o para denostar las formas violentas, las culturas violentas y los hechos violentos, creo que es fundamental conocer y explotar mucho más dicha capacidad viral. Eso sí me interesa. Lo demás, las zapatillas de colores y los vestidos dorados o no, no aportan nada más que el infundir prejuicios sobre lo analítico y lo emocional, que ni son incompatibles ni tienen que ver con eso.