¿Es posible conceder prioridad a la prosperidad general cuando la atención está concentrada en satisfacer la ambición personal y las necesidades derivadas de la adicción al poder? ¿Es viable el diálogo dirigido al bienestar común desplegando barreras de rencor y animadversión sobre la mesa de negociación? ¿Es factible configurar entornos de convivencia y libertad practicando el monocultivo de la intransigencia doctrinal?

El proyecto de un horizonte de cohesión y progreso social precisa de materias primas con alto contenido en valores como la integridad, el respeto, la flexibilidad, el compromiso y la sensibilidad, y la probabilidad de hacerlo o no viable depende en buena medida de las cualidades del material obtenido en las canteras de la política.