Lo ocurrido este año con la dichosa prueba de selectividad ha sido la puntilla. Tras denostados testimonios sobre la variabilidad de las evaluaciones, y por si fueran poco las diferencias de pruebas, y de exigencias, entre uno y otro distrito universitario en el territorio nacional, lo de este año ha sido el colmo. Exámenes confusos que hubo que repetir, ilustraciones mal impresas, cuestiones sobre materias no explicadas, y más cosas que se vienen a añadir a las ya habituales quejas han llenado el tintero de los desbarajustes. Y me explico que miles de estudiantes, y muchos más responsables de todos ellos -padres, profesores y buena parte de la opinión pública-, hayan levantado el grito y firmado peticiones de cambio de sistema. Con qué respeto, y con qué conmoción familiar, recuerdo mi lejano examen de ingreso con los 10 añitos recién cumplidos, y luego todas las revalidas que sufrí, que incluso pillé la 4º que se estrenó con mi promoción, y la de 6º y luego la del preu. Pero de todas esas cribas no me vienen a la memoria irregularidades como las que ahora oigo y leo a propósito de las actuales pruebas de selectividad. O mucho me equivoco, o este año despedimos a esta selectividad, Trabajo va a tener ya el nuevo equipo ministerial en Educación que venga.