No me gusta la novela negra, no. Y es que la concatenación de hechos luctuosos, o el mero sufrimiento de saber que algo pasará, o la ansiedad de vivir „aunque sea de mero espectador„ una situación a menudo muy complicada, no es lo mío. No me gustan, de igual forma, las películas violentas porque sí, de esas donde hasta el apuntador resulta perjudicado por las vueltas de un guion que busca en la sangre y el espanto la justificación para hacer algo espectacular. Prefiero lo tranquilo, lo que discurre por otros cauces, más tranquilos y no por ello más previsibles. No sé...

Aunque bien mirado, si me pongo a analizar algunos de los que he leído en los últimos tiempos, en los que no se vierte ni una sola gota de sangre directamente, son mucho más crudos y crueles que la violencia más perversa que nos podamos imaginar. Lógicas donde las políticas comerciales, de defensa o incluso medioambientales son supeditadas a intereses de unos poquitos, con inmediatas consecuencias para el resto de los mortales, sus vidas, expectativas y oportunidades...

Ya sé que la novela negra no tiene porque ser violenta, y que el suspense puede ser uno de los elixires más delicados y sutiles. Pero no, repito que no suele gustarme como género en el que me implique como lector. La novela histórica, por ejemplo, me atrae más. Y si es la historia novelada, todavía más. Y si nos quedamos en la propia historia, mucho más. De hecho, apunto como uno de mis déficits personales no haber profundizado un poco más en ese campo, admitiendo como sublimes algunos momentos que paso cerca de personas que saben de lo que hablan cuando revisan nuestro pasado más reciente o menos, o incluso el que queda ya verdaderamente lejos de nosotros. Creo que esa perspectiva histórica es fundamental a la hora de querer entender el mundo. A modo de ejemplo, les cuento que es difícil comprender la evolución de la Física Moderna sin imbricarla en un contexto de guerra y dificultades como el vivido en el período entre guerras y la posterior eclosión de la Segunda Guerra Mundial. Einstein, Wigner, Feynman, Planck, Oppenheimer, Dirac, Turing, Heisenberg, Schrödinger y muchísimos más... Una verdadera ensalada de nombres, con vidas y hechos concretos detrás, en uno u otro bando, cuya peripecia vital y profesional es difícil encajar sin entender ese contexto diferencial que nos da una mirada atrás...

Pero íbamos a la novela negra, que ya saben que en general no me llama la atención. Aunque, ya ven, a veces uno haga un poco de todo, y sea con gusto. Esta tarde tendré el gusto de presentar en la FNAC Coruña, acompañado del protagonista del evento, el escritor Enrique Pérez Balsa, su obra El edén de las manitas de cerdo (M.A.R. editores), galardonada con el VIII Premio Wilkie Collins de Novela Negra, y que estos días estará presente, también, en la siempre inefable Semana Negra de Xixón. La novela, acogida con gran éxito y lanzada a nivel nacional el pasado mes de abril en Madrid, recoge las peculiares desventuras de un tipo supuestamente normal, pero cuya vida se deslizará en un lapso breve de tiempo por una verdadera espiral de locura. Una crítica velada a una sociedad que, de alguna forma, caricaturiza, acompañada de desopilantes y a la vez un tanto macabras situaciones que no nos dejarán indiferentes. Muy lejos de la historia, de la historia novelada o de la novela histórica, y mucho más del ensayo sobre las minas antipersona, la ruralidad y la construcción de la sociedad moderna, la baumaniana liquidez de la posmodernidad o las conexiones de la mundialización económica con el empobrecimiento cultural. Buena en su género „por lo que dicen los que saben de esto, que yo me confieso bastante lego en ello„ trabajada sobre registros que me sorprenden a cada minuto por desconocidos para mí, y entretenida y adictiva. Les diré que yo, pobre de mí, prácticamente terminé el libro en unas seis horas seguidas de lectura en la soledad de un pasillo, esperando para leer un examen rematadamente mal hecho ante un Tribunal... Ayssss... Pero esa es otra historia...

Bueno, pues ya ven. Novela Negra en días llenos de luz, historias llenas de vida que a veces nos hablan de muerte, y un edén que no siempre es lo que parece, como todo en la novela de Pérez Balsa y, por qué no decirlo, en la vida misma. Algo que no deja de sorprenderme cada día, aunque ya debería estar curado de espanto de situaciones esperpénticas, de las que uno conoce la verdad, pero de las que se nos regala cada día un relato interesadamente diferente.

Si se pasan ustedes por la FNAC y me saludan, allí estaré. Será a las siete. Así hablamos de Pérez Balsa y de su laureado edén o, si lo prefieren, quizá de la insoportable levedad del ser. O del tener. O del estar. O del vivir... De la imprescindible necesidad de ser nosotros mismos, al margen de las tendencias y otras frikadas parecidas. Y de despojar de capas de cebolla una realidad tantas veces impostada, que ya no se sabe ni cómo es. Al fin y al cabo, en palabras de James Watson Cronin, Premio Nobel de Física en 1980 „compartido con Fitch„, estamos aquí para intentar entender la Naturaleza. Algo que yo siempre compraré, por encima de todo, tarea inabarcable aunque viviésemos mil vidas... Aunque a veces, solamente contadas veces, lea novela negra de la mano de Enrique Pérez Balsa y me sumerja en la inextricable existencia de Luis, su mundo real, su mundo aparente y... el edén. ¿Cuál? El de las manitas de cerdo, por supuesto.