Los castellanos llaman nostalgia a ese sentimiento nuestro tan denso y tan profundo que, algunas veces, nos forma un asfixiante nudo en la garganta y, otras, fuerza a nuestros ojos a brotar manantiales de lágrimas. Cuando la sentimos, nos aprieta toda la habitación del alma, nos ahoga y nos hace querer regresar a ninguna parte. Los gallegos, desde siempre, la tratamos como a una buena amiga a la que nos hemos atrevido a rebautizar con el nombre de morriña... Nosotros somos así, cariñosos hasta para camuflar el dolor... y es que, durante generaciones, no nos ha quedado más remedio que buscar consuelo a aquel forzoso Hacer las Américas, al menos, por medio de un vocabulario afable con el que aliviar las heridas.

La morriña habla de familias rotas, de esperanzas frustradas, de fracasos, de ilusiones y de jugárselo todo a una carta... Demasiadas generaciones expatriadas a lo largo de décadas en las que „para muchos„ comer se trataba de un lujo y progresar de una utopía... Y, cuando parecía que todo aquello había terminado, todo volvió a comenzar. Ahora ya no son las gentes del campo „aquellas que antaño soñaban con un mendrugo de pan y un lecho en el que yacer„, las que buscan consuelo y refugio en las muchas tierras prometidas. En estos tiempos convulsos son los más preparados los que huyen de una España capaz de preparar, pero incapaz de proporcionar empleos a la altura... Por ello, envueltos en una interrogación, una buena parte de los licenciados en las más difíciles especialidades, emprenden viaje a quizás ninguna parte... No queda más remedio que intentarlo. No pueden esperar a ver cómo se hunden sus futuros y las ilusiones que sus progenitores depositaron en ellos. Se niegan a trabajar en cometidos que poco tienen que ver con aquello para lo que estudiaron de sol a sol y hacen las maletas cargadas de una morriña a la que procurarán no mirar a la cara más de lo necesario. Tampoco se lo pueden permitir.

No quebrarán sus corazones con viejos lamentos que lleguen a sus oídos por medio de una canción inoportuna o de una fotografía. No lo harán. Mirarán hacia delante mientras puedan, tratarán de olvidar sus raíces y procurarán integrarse en una nueva tierra... Lucharán contra sí mismos por disfrutar de una nueva cultura y buscarán ampliar sus conocimientos sobre el mundo y sobre sus propias carreras... Y, cuando el círculo se cierre y deseen regresar al agujero del que salieron, engañarán a sus cerebros auto convenciéndose de lo mucho mejor que es la vida lejos de su lugar de origen... Pero como nunca se lo acabarán de creer del todo, regresarán a la madre tierra siempre que tengan oportunidad. Una vez aquí, echarán de menos lo de allí y lamentarán, quizás, el haberlo conocido. Lo mismo les sucederá, pero al revés, al regresar al exilio, hasta que un día se den cuenta de que no son realmente de ninguna parte, algo que le deberán para siempre a España, un país que „según la ONU„ ocupa el puesto veintiséis en lo que a calidad de vida se refiere... Así que sigamos con nuestra siesta, mientras olvidamos el trabajo en algún bar.