En medio de la barahúnda o baraúnda, confusión grande, con estrépito y notable desorden, hay que decidir, si aún no lo hemos hecho, a quién votar el 10 de noviembre, la cuarta vez en cuatro años. Se comprende el hartazgo, el desconcierto y la indignación de tantos. Se entiende que aumente la abstención, el voto nulo y en blanco. Se entiende también el cambio de voto en pocos meses y que quienes voten lo hagan sin ilusión o sin saber si esta vez servirá de algo ir a votar por los mismos de siempre.

Dejando a un lado a zoquetes como la presidenta madrileña del PP o esos políticos de VOX, una y unos, enredados en barbaridades de hace más de ochenta años y a los que deberíamos ignorar, lo cierto es que los cabeza de fila, no todos claro, contribuyen poco a un voto bien informado y responsable. El penúltimo giro de Rivera, nunca es el último en este hombre, aumenta su descrédito y merma sus apoyos. Rivera suelta el eslogan, hoy se ofrece a Sánchez como ayer denunciaba a la banda socialista, pero bajo unas condiciones gaseosas que lo mismo valen para un roto que para un descosido, es decir, que no valen para nada. En Navarra firma el acuerdo con el PP y UPN pero en el País Vasco lo dinamita sin más explicaciones, como sin explicaciones enmudeció Cs en Cataluña tras vencer en las autonómicas y ahora presenta una moción de censura deprisa y corriendo, mientras la plana mayor del partido o se da de baja o vegeta en el Congreso. Cs pierde apoyos y no es de extrañar en absoluto porque no ha hecho más que desconcertar a sus votantes después de ilusionarles con buenas razones y muchos votos en las autonómicas catalanas de 2017. Un partido bisagra nace para facilitar el gobierno a uno de los dos grandes pero, pudiendo hacerlo a favor de Sánchez hace un par de meses, Rivera se echó a un lado porque su verdadera pretensión era desbancar al PP, empeño en el que ha fracasado. Ahora, a la desesperada, se ofrece a Sánchez y rechaza sumar con Casado antes del 10 de noviembre pero promete apoyarle si puede ser presidente. En estas condiciones es lógico que los ayer votantes de Cs se queden en casa o busquen cómo hacer de su voto algo útil el día 10.

Peor es, con todo, lo de Sánchez, cuyas ofertas cambian a velocidad de vértigo dependiendo de las encuestas, los editoriales, el humor del día o los consejos que le soplan al oído. El personaje hace mucho que no resulta fiable y su lema, Ahora Gobierno, Ahora España, confiesa implícitamente lo que hasta ahora no hubo, ni aclara lo que habrá en el futuro. Sánchez no ha sabido qué hacer con la presidencia y su gestión se resume en infinidad de viajes alrededor del mundo, muchos encuentros protocolarios con mandatarios de cien países y mucha exhibición. No, hasta ahora Sánchez no ha gobernado en España y no aclara si lo hará después con Iglesias, Errejón o Rivera. Tampoco ha transmitido hasta ahora una idea clara de España y sus planes sobre los nacionalismos más intransigentes, exigentes y desleales que soportamos desde hace décadas. Dice Sánchez que "su obsesión es no echar gasolina en Cataluña". Entendido. Ningún proyecto salvo dejar que el PSC dicte la política del Estado en Cataluña. Así fue hasta ahora y ya sabemos cómo serán las cosas después de ahora. El lema tiene en boca de Sánchez un significado más que inquietante y sus referencias al 155 y a la Ley de Seguridad Nacional suenan oportunistas en estos momentos.