Las próximas elecciones generales, querida Laila, debieran ser a Cortes constituyentes. No pienses que estoy augurando, y menos deseando, el fracaso en la formación del gobierno de coalición. Ni de lejos. Me refiero a las próximas generales que se celebren. Sea cuando sea. Es decir, ahora o dentro de cuatro años hay que ir a unas Cortes constituyentes o, si se prefiere, "reconstituyentes" porque de lo que se trata es de reformar la Constitución del 78 que, tal como está y como se ha desarrollado, no va a servir para garantizar una convivencia democrática, normal y prolongada.

La crisis del 2008 y la salida que se le dio desde los poderes económicos fácticos y desde los poderes políticos subalternos produjo una crisis social y política muy profunda. Tanto, que hasta un hombre del sistema, tan poco sospechoso de veleidades revolucionarias como Sarkozy, pensó nada menos que en "refundar el capitalismo": " Le laissez faire, cèst fini", proclamó. "La autorregulación para resolver todos los problemas, se acabó", concluyó. "Hay que refundar el capitalismo sobre bases éticas, las del esfuerzo y el trabajo, las de la responsabilidad, porque hemos pasado a dos dedos de la catástrofe", advirtió. Pero Sarkozy duró dos telediarios y la respuesta a la crisis fue un desastre, sobre todo en países como el nuestro con un Estado del bienestar bisoño y precario y unos gobiernos del modelo bipartito sumisos al neoliberalismo rampante. Por eso, ahora, sin haber superado las secuelas sociales de la del 2008, nos adentramos en una crisis política que hace inservibles nuestras leyes fundamentales e instituciones para encarar los retos que tenemos planteados en relación con la organización territorial del país o con el ejercicio de nuestros derechos y libertades fundamentales. Y todo ello en el umbral de lo que pudiera ser una nueva crisis económica o una nefasta recidiva de la del 2008.

La cada día más perentoria reforma de la Constitución y de muchas de las instituciones debe abordar la depuración democrática que, iniciándose en 1978, se frenó abruptamente en 1981 con el golpe de estado que, lejos de fracasar como se nos hizo ver, sirvió para hacer perdurar elementos clave del franquismo empotrados en el sistema democrático. Un buen ejemplo de ello es la presencia relevante, muy activa y "sin complejos" en las actividades económicas, industriales y financieras del país, de las grandes fortunas, amasadas con la masa madre de la corrupción franquista. Como lo es también la supervivencia de la monarquía otorgada por Franco cuando designó a don Juan Carlos como sucesor suyo "a título de rey", sin que tal decisión fuese nunca sometida directamente a la decisión del pueblo soberano. La reciente y vergonzosamente tardía exhumación de Franco de Cuelgamuros, donde se le rendía culto público, en contraste con las fosas en cunetas de las víctimas de su dictadura, o la continua e irredenta intromisión del viejo nacional-catolicismo en la vida pública española, dan cuenta de la envergadura ética, moral y política de las reformas pendientes.

A todo lo pendiente, viejo y heredado, a depurar, hay que sumar nuevos retos como los que plantean la revolución tecnológica, la crisis ecológica, las urgentes y profundas demandas del feminismo para extirpar el patriarcado, los nuevos paradigmas éticos y culturales, los grandes e imparables movimientos migratorios o los nuevos derechos a garantizar.

La reforma de la Constitución, querida, está a punto de convertirse en una cuestión de vida o muerte para la democracia y por eso digo que las próximas elecciones deben ser a Cortes constituyentes o, al menos, "reconstituyentes".

Un beso.

Andrés