El mundo entero contiene la respiración en temerosa espera de cuál será el próximo golpe de Irán en respuesta al asesinato, por orden directa del presidente Trump, de su héroe nacional, el general Qasem Soleimani, en suelo iraquí.

Muchos comentaristas se preguntan si Estados Unidos no se habrá pegado un tiro en el pie con ese magnicidio, que no solo contribuirá a reforzar al sector más duro del régimen iraní, sino también la influencia de ese país en toda la región.

El Gobierno de los ayatolás ha anunciado ya una "nueva fase de resistencia" en Oriente Medio, aludiendo claramente a las milicias proiraníes tanto en Irak como en Líbano, Gaza o el Yemen, que estarán dispuestas a actuar, siguiendo sus órdenes, en cualquier momento.

Por su parte, el Parlamento iraquí, desairado por la violación de la soberanía del país en el atentado contra Soleimani, en el que también perdió la vida el jefe adjunto de sus Fuerzas de Movilización Popular, proiraníes, exige la salida del país de todos los militares extranjeros, incluidos los de EEUU. Un nuevo e importante revés para Washington.

EEUU ofrece todo tipo de blancos al natural deseo de venganza de los iraníes: los buques de guerra que navegan en aguas del Golfo, las numerosas bases militares que tiene la superpotencia y cualquier soldado que tenga la nacionalidad estadounidense.

Si algo ha conseguido Washington con el atentado es torpedear el acuerdo nuclear firmado con Teherán por varios países, entre ellos también los EEUU de Barack Obama, y del que su sucesor decidió caprichosamente descolgarse en un intento de forzar la mano de los iraníes.

EEUU no logró, sin embargo, convencer a los europeos de que siguieran su ejemplo, pero sí ha hecho todo lo posible para que sus aliados no pudieran cumplir su parte del acuerdo, aplicando sanciones extraterritoriales a las empresas de terceros países que siguiesen negociando con Irán.

La escalada del conflicto con Teherán tendrá sin duda numerosas consecuencias, todas ellas negativas: reforzará, como hemos dicho, al sector más duro del régimen en las próximas elecciones parlamentarias de ese país, que tienen lugar en febrero, con lo que se limitará aún más el margen de maniobra del presidente Hasán Rohani.

En el vecino Irak, conmocionado no solo por el asesinato de Soleimani sino también la muerte, en el mismo acto de guerra de Abu Mahdi al-Muhandis, jefe adjunto de las Fuerzas de Movilización Popular, respaldadas por Irán, se volverá todavía más difícil la formación de un nuevo Gobierno.

Y el único beneficiario de lo ocurrido será sin duda el Estado Islámico, al que combatió con probada eficacia Soleimani tanto en Irak como en Siria, arrebatándole buena parte del territorio conquistado, y que ahora tratará de reorganizarse aprovechando la ausencia de tropas extranjeras, lo que puede provocar nuevas oleadas de desplazados.

En las multitudinarias protestas celebradas tanto en Irán como en Irak en protesta por el atentado se vieron quemar banderas no solo de EEUU sino también de Israel, país cuyo primer ministro, Benjamin Netanyahu, aplaudió la decisión de Trump de acabar con la vida del general iraní.

Conviene recordar que el propio jefe de los servicios de inteligencia israelíes, el Mosad, Yossi Cohen, habló en una entrevista reciente de la posibilidad de asesinar a Soleimaini, que sobrevivió ya a un anterior atentado y que se había jactado entonces de ello.

"Con el debido respeto a su bravuconería, (Soleimani) no ha cometido aún el error que le colocaría en la prestigiosa lista de objetivos del Mosad", declaró Cohen al entrevistador.

Según el periodista israelí Ronen Bergman, el Mosad ha asesinado al menos a cinco científicos nucleares iraníes y, de acuerdo con otras informaciones, el número de enemigos del Estado judío asesinados fuera de su fundación en 1947 es de sesenta o setenta.