Aparten sus sucias manos y sus marxistas deseos y apetitos sexuales de mi hijo. No les voy a permitir, y pierdan toda esperanza (de) adoctrinar a nuestros hijos para convertirlos en enfermos como ustedes". Esta barbaridad -aún por encima mal construida- queridos lectores, no es una transcripción libre. Es literal, y corresponde a un concejal y diputado nacional, amén de vicesecretario -¿jurídico?- de un conocido partido de ultraderecha. Se trata de una imprecación lanzada en la tribuna a componentes de otra formación -yo lo he visto personalmente en televisión, sin terminar de creerme lo que oía- en el contexto de la política local de la capital, pero dentro de una estrategia general de su partido para invisibilizar, lastimar, atacar y destruir a personas de determinados colectivos.

Y, ante ello, cabe solamente una pregunta. ¿Dónde está la Fiscalía? ¿En qué trabaja? ¿No hace nada? Y es que les recuerdo que determinados delitos de odio están tipificados en nuestro Código Penal. Acusar a una persona, ni más ni menos, que de cometer delitos tan graves como son los perpetrados de tal índole contra menores, es punible. Y si en las instituciones se rompe la lógica del respeto, estamos ante una grave emergencia nacional. Grave, porque va contra la convivencia pacífica, racional y respetuosa, de todos los españoles y españolas.

Curiosamente, los que se tildan de patriotas atacan así a parte de la patria. ¿A cuál? Pues a todos los ciudadanos y ciudadanas que, por lo que sea, se pueden sentir lastimados por tales aberrantes palabras. Una continua andanada de odio que genera un rápido rédito electoral de baja estofa intelectual, pero que a la larga será verdaderamente dañina para una convivencia armónica entre toda la ciudadanía. Porque, cada uno desde su sensibilidad, sus preferencias, sus decisiones libres y sus opciones, ha de empezar por respetar al de enfrente. Esa es la clave de la convivencia, sin pretender convencer a nadie de nada y sin querer tampoco caerle bien al resto de sus semejantes. Simplemente, respetándose.

Y, precisamente por ello, es necesario combatir con firmeza cualquier veto a la educación en valores. Porque tales valores de inclusividad de todas y todos no son negociables, y no se puede pretender que uno desconecte a sus hijos en aquellos temas que no le sean cómodos. Sus hijos tienen derecho a conocer los valores universales que rigen en este país, por los cuales una mujer y un hombre tienen los mismos derechos -independientemente de lo que piense usted-, una persona vale lo mismo independientemente de su condición y orientación sexual, y un gitano, un negro, un amarillo o un verde a cuadritos son exactamente iguales que el más blanco o el más rubio. Porque los arios, le pese a quien le pese, ya no son la crème de la crème. Y porque cualquier ribete de xenofobia, o cualquier otra fobia basada en las características personales de los individuos, están tipificadas en nuestro Código Penal. Por eso mismo hemos de respetar, y por eso el hijo de este diputado y concejal que debería ir dejando de serlo por su antipatriotismo con sus semejantes, ha de escuchar que, en España, esto es así. Y, si me apuran, él incluso mucho más que cualquier otro, visto que es evidente no se lo explican en casa.

Decía en un artículo reciente sobre la cuestión que, tal y como se están poniendo las cosas, alguien pedirá que a su hijo no le enseñen sobre la circulación de la sangre. Al fin y al cabo al pobre Servet le quemaron por hablar de ello. O que no le cuenten que La Tierra no es el rey del mambo en el Universo. O que Darwin explicó una evolución que no a todo el mundo le sentó bien. O que el Holocausto tuvo verdugos y víctimas bien diferenciados. Si nos dejamos llevar por lo que a cada uno le va bien y no le va bien que le cuenten a sus hijos, incluso alguien vetará los polinomios, las funciones reales de variable real, a Calderón de la Barca o la teoría cinético molecular. ¿Estamos de broma? Hay realidades que no se pueden soslayar.

"Todo por España", dicen en el partido del lamentable concejal y diputado. De eso nada. ¿Y saben por qué? Porque un país es, sobre todo, el conjunto de todos sus ciudadanos, mucho más que un territorio o unas instituciones. Y quien busca lastimar, dividir, destruir, uniformizar, homogeneizar y volver a esquemas pretéritos, no piensa ni en el conjunto ni en el bien común. No piensa, desde luego, en lo que dice que defiende. Solo siembra odio, en una calculada maniobra que busca posicionarse en un nicho de mercado que la escasez de cultura y conocimiento de una buena parte de la población española les brinda.

Lo grave es que otros partidos, a pesar de su solera, de la pluralidad y diversidad contrastada de sus miembros y una trayectoria más de centro, les secunden para intentar "sacar tajada" y no quedarse así descolocados en la evolución de la "cosa pública" en estos cutres momentos del siglo XXI.