Volver a la normalidad, tras unas jornadas de agitación por viajes y recorridos por parajes novedosos, tiene otro atractivo. A veces se nos escapa un "¡qué a gusto!" cuando recobramos la rutina de los sitios conocidos y los hábitos familiares. Pasadas unas vacaciones en la nieve y la tremolina del Carnaval recobro en la Cuaresma, que acaba de empezar, la serenidad a nivel del espíritu que siempre acompaña en los humanos a la materia. Incluso me animo a dar la bienvenida a la cuaresma para poner en orden una vez más la relación con Dios. A ello invita la Iglesia cada año con cantinelas que nos son familiares: volver a Dios, reconciliarse con el Salvador. El mismo término Cuaresma es recordatorio de los 40 días que Jesús pasó haciendo penitencia en el desierto, y a los 40 años de travesía del pueblo elegido por el Sinaí para llegar a la tierra prometida. Tiempo pues de arreglar nuestra vida espiritual con oración, que sí, que es necesario rezar, con la penitencia de vivir, a quienes les toquen, esas mínimas privaciones del ayuno y la abstinencia además de los sacrificios que cada uno se busque, y con la limosna, de cosas materiales y del tiempo dedicado a los demás. Y corto aquí, aunque es muy ilustrativo desentrañar el porqué de la abstinencia. Eso en otro minuto.