Decidido a robarle a la derecha hasta sus principios, el presidente Pedro Sánchez endurecerá los requisitos para la entrada de inmigrantes y, de momento, va a agregar un tercio más de altura a las vallas de Ceuta y Melilla. No es Vox, contra lo que pudiera parecer, el grupo que aplica estas disposiciones, sino el Gobierno tachado de socialcomunista, bolivariano y filoetarra por el partido de Santiago Abascal.

No hay derecho a que la derecha subida al monte sufra la apropiación de parte de su programa por un Consejo de Ministros que parecía estar en las antípodas de su ideología; pero tampoco es la primera vez que esto ocurre.

Recuérdese, pongamos por caso, que la ley del divorcio fue aprobada por un gobierno de derechas -el de la UCD de Suárez- en tiempos mucho más difíciles que estos para la adopción de tales medidas. Y no solo eso. También la supresión de la mili, aquel anacronismo, la afrontó el Ejecutivo que entonces presidía José María Aznar, a instancias de otro político igualmente conservador como Jordi Pujol.

Bajo el mismo principio de contradicción, el Gobierno de Mariano Rajoy no dudó en nacionalizar la banca -o más exactamente, las cajas de ahorros- en clara sintonía con las demandas que entonces planteaban los airados jóvenes del 15-M. Cierto es que luego las sacó a la puja tras inyectarles una milmillonaria dosis de fondos públicos; pero lo que importa es el principio asumido de la nacionalización.

Tampoco sorprenderá, visto lo visto, que algún anterior gobierno de modernidad y progreso presidido por José Luis (R.) Zapatero aplicase en sus últimos meses de vida un plan de ajuste que incluyó medidas tan derechistas como la rebaja de sueldos de los funcionarios y la congelación de las pensiones. Nada nuevo, en realidad. Ya Felipe González había abaratado el despido, además de impulsar los contratos temporales de Todo a Cien, en fecha tan temprana como el año 1984.

Paradójico como es este país, aquí se aplican las reglas de Antón Pirulero a la inversa, de tal manera que lo habitual es que cada partido asuma las posiciones ideológicas de los demás en vez de velar por los principios que le son propios. Así sucede que, de vez en cuando, los conservadores adoptan medidas técnicamente progresistas y, en justa represalia, los partidos de progreso les copian parte de su doctrina a las derechas.

Sería exagerado pensar que esta es la norma, naturalmente. Ni la derecha se ha hecho bolchevique, ni la izquierda se pasó en bloque al liberalismo conservador. Ocurre sin más que la realidad, tan impertinente, ha diluido las ideologías hasta tal punto que ya resulta imposible distinguir el jamón del bacalao.

Una explicación más alambicada e improbable es que los españoles votan a la derecha para que ejecute el teórico programa de la izquierda; y a la izquierda para que ejerza de derecha una vez que llegue al Gobierno.

Esto último es lo que, en apariencia, ha comenzado a hacer el gabinete de Sánchez con sus muy conservadoras políticas migratorias, cuando apenas lleva unas semanas a cargo del país. A la vista de esta histórica tendencia a apropiarse de las ideas del contrario, el catalán Torra debiera ir tentándose la ropa por mucha mesa de negociación que el impredecible presidente le ponga por delante. Ya se ha comprobado que en el país de Antón Pirulero todo el mundo atiende al juego del otro.