Al ir subiendo hacia la blanca cumbre, en la media montaña, la nieve caída de noche todavía estaba fresca. Aunque la senda se había desdibujado, y tampoco era fácil identificar los hitos de piedras, las huellas de un zorro que parecía haberla seguido, y las de un caminante que parecía haber seguido las huellas del zorro, sirvieron de guía en el acercamiento. El zorro, como es natural, no tenía intención de hacer cumbre, y se desvió a mitad de la ladera, mientras el caminante se dio la vuelta algo después, pero la cumbre ya estaba a la vista. Al llegar a ella, con sol pleno, el paisaje era demasiado deslumbrante como para que durara, y al poco rato, al bajar, la nieve se estaba deshaciendo. Estas invernadas casi instantáneas quizá sean algo así como la memoria del clima, que aunque ya ha cambiado no puede evitar el recuerdo de lo que fue, y a veces se deja llevar por la nostalgia.