No sé si acabaré tirando piedras contra mi propio tejado al explicar aquí que el tema de este minuto vino provocado por un reportaje de hace un mes, en concreto del 25 de febrero, en que se informaba de la amaxofobia, del pánico a conducir. Allí se decía que uno de cada cuatro conductores pasa miedo al volante y que dicha fobia puede provocar mareos, sudor frío, rigidez en los brazos y hasta vómitos al conductor que la padece; también se aclaraba que como todas las fobias, esta también tiene tratamiento y puede curarse. Nada más leer el titular surgió en mí el espíritu discordante y empecé a acumular razones y vivencias que venían a ser todo lo contrario. A mí no solo no me ha ocurrido eso nunca, sino que me encanta conducir, es más me atrevo a afirmar que disfruto, incluso descanso -ojo, que en un largo viaje me canso como todo hijo de vecino- y reconozco que soy un amante del volante, por lo cual debo ser adicto a la amaxofilia, que tendrá que ser todo lo contrario de la amaxofobia. Dije espíritu discordante, pero no es por llevar la contraria, sino por exponer un sentir y una actitud positiva, que opino está más generalizada, en el manejo de los coches.