Holanda se ha puesto grosera con los países del Sur cuando España e Italia han planteado que la crisis del coronavirus se pague entre todos los europeos. Holanda no paga lo que no le concierne ni gasta en lo que no le compensa. Lo llaman "austeridad", palabra de dos acepciones, una económica y otra de moral religiosa. Es austero el sobrio, morigerado y sin excesos y también el severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral. Dos planos diferentes que proyectan una única sombra.

Holanda no va a gastar en españoles o italianos ancianos y graves con patologías previas lo no gasta en los suyos, que pasan el coronavirus en casa o en la residencia mientras usa las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) para los enfermos "sanos" y jóvenes, que tienen más posibilidades de vivir. Holanda ha elegido tener las tiendas abiertas y encerrados a los ancianos y enfermos. Es una elección económica. Que no mueran los débiles, también lo es. Lo entendemos bien. Se ve en lo que irritan los mayores que se saltan el confinamiento.

Los gobiernos de los países que se oponen al escote pericote del coronavirus son de derechas o de centro derecha, pero también lo es Italia y no piensa igual acerca de los abuelos y los vulnerables. Hay mucha religión detrás de estas medidas económicas, es decir, sanitarias, del conjunto de servicios gubernativos ordenados para preservar la salud del común de los ciudadanos. El familismo católico frente al individualismo protestante. Holanda, pese a su triaje radical, tiene sobrecargadas sus UCI y ha preguntado a los vecinos si puede llevarles enfermos de coronavirus. La protestante Alemania ha dicho que sin problemas. La católica Bélgica, que no.